CARLOS MARTÍNEZ RIVAS 12/ 10/ 1924-16/ 06/ 1998
A QUIENES NO PERDIERON NADA PORQUE NUNCA TUVIERON
Escribir sobre el Hambre,
no poesía de protesta sino de experiencia,
es difícil si no se pasa hambre.
“Escribir en tiniebla es un mester pesado”,
para Berceo.
Escribir sobre el hambre es ardua tarea.
No para César Vallejo129
que alguna vez rara sería puso dice
“sobre su mesa un pan tremendo”.
Vallejo ve tremendo ese pan porque comérselo
—para Georgette su mujer y para él— era
quedarse otra vez sin pan: en
impotencia de pan hambre en potencia.
Claro, con una buena cámara, con una Leica,
puedes fotografiar el hambre.
Se puede dar un testimonio gráfico del hambre.
Niños de la India o de África,
que son sólo huesitos y panza.
Las panzas llenas de hambre de que hablaba
Leonel Rugama130.
—“¡Que triste es nuestra Rusia!”— le decía,
con lágrimas en sus mejillas atezadas,
Alexander Pushkin131 a Nikolai Gogol132
cuando éste le leía en 1836
su manuscrito de “El Inspector”.
Un hombre con un mendrugo de pan seco
en Erythrea bajo los bombardeos.
Una niña atendida de emergencia en cirugía
de guerra, anestesiada, no dormida,
con sondas de hule en su naricita.
En Haití, durante el hambre
de 1975, un niño como tallado
en madera de tan escuálido;
y aquella niña de Vietnam,
la que huye desnuda y quemada
por la carretera de asfalto.
Sin quehacer, sin domicilio, una abuela sin nietos
durmiendo en la abolida New York-Pennsylvania Station.
Gusanos intestinales —como las rosas
en el soneto de Elizabeth Barrett133— colman el año:
uncinariasis oncocercosis salmonella kálazar…
Parásitos que cantan sólo para ciertas razas.
Y una pareja, marido y mujer, decrépitos,
fotografiados por la Agencia SIPA-PRESS,
“Gótico Tercer Mundo”, con un fondo de desechos:
él, sin dientes; ella el ceño fruncido, adusto.
Pero tan unidos en su dignidad e infortunio
que hasta le da envidia a uno.
A lo que me refiero
cuando le puse título
a este escrito: A QUIENES NO PERDIERON
NADA PORQUE NUNCA TUVIERON.
LOS AMORES
Una vez que un amor nace en uno, crece.
Y no deja de crecer.
Y no muere.
Y al término de la vida se halla uno atado
por esos amores que crecieron como bejucos.
Morimos asfixiados por estos bejucos, enrollados,
apretando el cuello, el pecho, los lomos.
De nada nos servirá podarlos regularmente
con las grandes tijeras jardineras a dos brazos
para impedir su inexorable crecimiento.
Se nos iría la vida en ese esfuerzo; esfuerzo
como el de Sísifo o el de las Danaides, vano.
El único remedio contra los amores
sería matarlos.
¡Matarlos antes que nacieran!
Verano/Marzo /1995
ARS POÉTICA
¿Que eres reacia al Amor, pues su manía
de eternidad te ahuyenta, y su insistente
voz como un chirriante ruiseñor
te exaspera y quieres solamente
besar lo pasajero en la cambiante
eternidad de lo fugaz? —entonces
¡soy tu hombre! Pues más hospitalario
que el mío un corazón no halló jamás
para posarse el falso amor. Igual
que llegué, parto: solo, y cuando mudo
de cielo mudo también de corazón.
Pero, atiende: no vas a hacer traición
a tu alma infiel. No intentes, si una chispa
del hijo del hombre ves en mis ojos,
descifrarla, ni trates de inquirir mucho
en mi acento y el fondo de mi risa.
Donde quiero destierro y silencio
no traspases la linde. Allí el buitre
blanco del Juicio anida y sólo el
ceño de la vida privada ¡canta!