Poemas de cuarentena por el coronavirus
I
El marinero sintió la hora
y pidió una panga,
un barco, una balsa,
algo para respirar las olas de su vida.
Solo fue echar el cuerpo
a navegar sobre el mar Caribe,
que era su mar,
para que recostara la cabeza,
para que cerrara los ojos
y se pusiera a recordar.
II
Toda una vida
hecha de poses
-Tarzán de los monos-
para que un bichito
la mandara sin ceremonia
a un entierro express
y su legado fuera
a lo más
el nombre completo en una lápida.
III
Caminar por los pasillos del supermercado
en el tiempo del coronavirus
es ir recordando el título de una novela
en la que el amor vence a la muerte.
Pero aquí la muerte es la belleza agazapada
tras las mascarillas,
a tan poca distancia,
empaquetada en formas perfectas,
de caderas sin coronavirus,
de senos tan cerca de la boca,
tan cerca y tan lejos
de la vida.
IV
Hay un asesino buscando
mis partes vulnerables.
Está a la entrada de mi casa,
en el corredor,
en el pomo de la puerta,
en el jardín.
No lo puedo ver
pero ahí está
y no sé si un cuerpo inocente
es el portador más eficaz
o si el cuerpo más humano es el que me lo puede
traer al rincón más discreto:
al roce de las manos,
al aliento de unos labios en flor.
V
El viejito pisa
la grieta del andén,
su púbico brote verde,
y sigue con su mirada ausente
las sombras de la gente
que no le respeta su distancia.
El grito de un amigo
le quiere recordar
que el Alzheimer
no es un escudo de salvación,
que el virus que no recuerda,
todavía está ahí
con toda la memoria de su genoma.
VI
El coronavirus es la verdadera memoria
del polvo que somos.
Porque
los trenes de alta velocidad,
los edificios iluminados
en las noches de parranda,
los píxeles guardados en la nube,
los amigos hablando
en las pantallas de los móviles,
los paquetes pedidos por internet
esparcidos por todo el GPS,
las cirugías plásticas
recreando algunas partes del cuerpo,
todos esos avances
eran solo un espejismo,
un remedo de existencia
que navegaba a contrapelo
del verdadero polvo en el viento
que nos ha prestado un nombre.
VII
Cuando el virus haya tocado a mi puerta
dejaré este testamento
para que se contagien.
Les dejo
la pandemia, para que les recuerde
que somos una partícula del universo;
la mezquindad, más ubicua que Dios,
y la generosidad, más escasa que la mala voluntad;
las luchas y las guerras, que seguirán de pie hasta el final;
las fake news, que serán más virales que el propio virus;
las horas, que serán tan bien o malgastadas como antes;
la cama y el rincón, para que el goce de vivir
se vuelva humano otra vez
y sea lo que siempre ha sido
un instante bajo las estrellas.