«Cartografía de espacios en fuga. Managua 1968-1975» de David Rocha Cortez.

Comentario Norge Espinosa Mendoza

CIUDADES MARICAS, UNA CARTOGRAFÍA URBANA DEL DESEO EN FUGA

Por Norge Espinosa Mendoza[1]

Sobre el mapa visible de la ciudad, transcurre otro: un canal de deseos, anhelos, indisciplinas y subversiones que se hacen visibles solo para quien hace la pregunta correcta, entiende el código, y se arriesga más allá de lo evidente. Desde ese gesto David J. Rocha Cortez (1990) ha desandado las vías de Managua, esa ciudad aún traumatizada por el terremoto que la rompió para siempre, hurgando en la biografía marica de ese mapa, de ese entramado de secretos y edificios caídos, que solo perduran en algunas memorias. Recomponiendo lo que fue ese cruce de coordenadas entre 1968 y 1975, el joven investigador y teatrólogo, empleando incluso elementos de su biografía y acudiendo a los recuerdos familiares, traza sendas torcidas sobre esas desmemorias, busca a las viejas reinas de la noche, entra a sitios donde aún late, así sea enferma y moribunda, la chispa de una vida homosexual a punto de perderse para siempre.

Cartografía de espacios en fuga, Managua 1968-1975 (anamá Ediciones, 2022), es el resultado de ese empeño investigativo que al mismo tiempo es arqueología, testimonio, historia política y ajuste de cuentas con las heridas de la ciudad a la cual se encaminaron varios de los que protagonizan estas historias. El Charco de los Patos, La Tortuga Morada, el cine Margot o el González con su sala de películas porno…, son más bien cicatrices en el rostro de ese ámbito urbano. En pos de esos puntos ya fantasmales se fue el autor, guiado por algunos textos, por referencias dispersas, a fin de ubicar en el mapa actual no solo esos antros, esos puntos de ligue y encuentro, sino tratando de recolocar a quienes tuvieron sus escenarios de cacería y gozo. Refugio y al mismo tiempo espacios de libertad, aunque siempre vigilada o amenazada, ahí se fue forjando una noción de lo diferente que a veces tocaba peligrosamente lo político, como sucedió con aquel miembro de la familia Somoza, o pretendía modernizar la urbe con luces y efectos sicodélicos, como sucedía en La Tortuga Morada. Voces, ecos, reminiscencias de ese proyecto de una vida otra, donde el travesti podía celebrar una boda triunfal, como lo hizo La Reina de los Tártaros, creando a su paso una leyenda que reaparece en este centenar de páginas una y otra vez.

La Reina de los Tártaros, la Natacha, la Piel Canela, Bernabé Somoza, La Sebastiana, la Negra Selina y la Selina Chiquita… parecen personajes de un poema de Virgilio Piñera, irguiéndose contra el fondo de lo marginal para imponer sus cuotas de desafíos, secretos y extremos a ratos irreconciliables. Como el título indica, David J. Rocha sabe que describe espacios en fuga, amenazados de muerte por el olvido o la decadencia de sus protagonistas, pero persiste en esa voluntad de reconstruir, como quien orquesta la recuperación de una obra teatral perdida, personajes, acotaciones, palabras, que le ayuden a él y a su lector en esa revisitación a una Managua hundida por el terremoto de la amnesia, a ratos inducida, que ahoga a esos sobrevivientes a los que ha conseguido entrevistar. Repasando además las escasas informaciones que se deslizaban en la prensa acerca del cierre de esos sitios inmorales, o de quienes campeaban allí como agentes perturbadoras de las “buenas maneras”, David también recompone el índice de violencia que las lentejuelas y plumas de los shows que se vieron en esos puntos de Managua tuvieron que padecer. A su manera, sigue los pasos de Giuseppe Campuzano, creador del Museo Travesti del Perú, y de tantas y tantos que procuran un linaje, que se preocupan por buscar antecedentes y figuras que lograron romper, a puro desacato, ese silencio y esa ceguera que intentaba anularnos de la historia. Y de La Historia.

Conocí a David en sus días de estudiante en el ISA, acá en La Habana. Lo precedía el prestigio de Teatro Guachipilín, el núcleo titiritero del cual proviene, y que en Cuba ya era reconocido y respetado. Desde entonces lo aprecio, y vale decir que con este libro que me hizo llegar, ese afecto ha crecido a una nueva dimensión. Alegra ver que las provocaciones lanzadas a una persona joven terminan convirtiéndose en preguntas más amplias. Y que el compromiso con una forma de vida ilumina las vidas que le precedieron, y ayuda a los que vendrán a encontrar sobre ese mapa herido otras señales no menos incitantes, en las que el autor se identifica como cazador, como heredero de tantos rituales y arrojos, al tiempo que habita con su propio cuerpo parte de esta maniobra que restaura, reconstruye, y redefine.

Las fotos, las ilustraciones de este pequeño y útil libro, hacen que en mi mente de lector Managua se convierta en otra metrópoli, más viva, y deseante. Más dispuesta a quitarse la máscara, salir del closet, contarnos su otra vida sin la cual la otra, la aparentemente menos torcida y riesgosa, no podría tampoco calificarse de tal. Quiero agradecer a ese David ser un guía tan acertado, tan dispuesto a ir hasta el fondo del antro o las casas en las que nunca antes había entrado, para sentarse a conversar con alguna de estas reinas y dueños de la noche de Managua. De esa Managua que vivió numerosos terremotos, que perdió en ellos (los reales y los imaginarios, amén de otros tan arrasadores como el sida) a muchos de sus protagonistas. Pero que también preserva, en algún rincón de su memoria, la nostalgia por la hora en que se encienden las señales del ligue, los gestos del atrevimiento, y las luces cegadoras del último show.


[1] Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, 1971). Graduado de la Escuela Nacional de Instructores de Teatro y Licenciado en Teatrología por el Instituto Superior de Arte. Obtuvo el Premio de Poesía de El Caimán Barbudo con su libro Las breves tribulaciones. Se ha desarrollado como poeta, dramaturgo, investigador y ensayista. Es fundador de Teatro de los Elementos y ha colaborado de manera sostenida con los grupos Pálpito, Teatro de las Estaciones y Teatro El Público; de este último es asesor actualmente. Ha obtenido, entre otros, los premios Calendario, Abril, Prometeo, Dora Alonso (en 2010, con la obra para niños Un mar de flores) y Rine Leal. Dentro de su producción dramatúrgica destacan Romanza del Lirio (publicada en la revista Tablas en 2000), Federico de noche, Cintas de seda, Sácame del apuro, Trío e Ícaros, casi todas llevadas a escena. La Virgencita de Bronce, estrenada por Teatro de las Estaciones, obtuvo, entre otros galardones, el Premio Villanueva de la Crítica Teatral cubana.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s