Artículo sobre presentación de la obra «Buenas al pleito: mujeres en la rebelión de Sandino» de Lucía Brenes Chaves,  UCR.

En primer lugar, el análisis que podemos hacer del texto, de los testimonios que el libro expone, deben hacerse a partir del contexto en el cual suceden las cosas; es decir, no puedo exigirle a los sujetos de la historia otras lecturas u otras interpretaciones de los hechos fuera de ese contexto histórico, político, social, económico y cultural.  Esto nos lleva a otro punto que es importante, y es que debemos tener la capacidad de entender y analizar la situación de las mujeres (receptoras de una violencia estructural) en el contexto de la lucha antiimperialista en Nicaragua sin reducir dicho análisis a lo que hizo o no hizo Augusto C. Sandino con ellas, por ellas o contra ellas.

Este análisis debe tener la claridad de que el cuestionamiento o la crítica debe hacerse contra el patriarcado, contra las prácticas patriarcales que responden y respondían entonces, a unos códigos culturales que determinan, según un tiempo y un espacio en concreto, las relaciones interpersonales.  Hacer la crítica contra Sandino o contra el ejército de Sandino a partir de las categorías teórica que tenemos hoy en día desde el feminismo, es hacer un análisis ahistórico, y bien sabemos la debilidad que esto implica, y los sesgos a los que nos exponemos.  Y repito, la crítica debe hacerse en relación con las formas que ha desarrollado el patriarcado para sostenerse y reproducirse en cada modo de producción conocidos en la historia.

Dicho esto, es importante reconocer algunos asuntos centrales, a mi criterio, del texto de Alejandro Bendaña.

En un contexto político, social y económico tan complejo como el que vivía la región centroamericana a inicios del siglo XX, la figura de Sandino y de quienes se sumaron a la lucha antiimperialista debe reivindicarse en todo momento como esas expresiones que dieron paso a cuestionar y a actuar en contra del orden que los sectores hegemónicos siempre han querido imponer en nuestro continente; y no reducir el análisis a las relaciones que se pudieron establecer con otros sujetos, en este caso, con las mujeres.  Reducirlo a ello sería negar la importancia que tuvo Sandio y su lucha para la región.

Se debe rescatar, en este sentido, aquellos elementos que permitieron algunas reivindicaciones, aunque fueran leves y temporales, para las mujeres.  En primer lugar, si bien la presencia de las mujeres en el ejército de Sandino repite el mismo patrón de aquellos ejércitos o grupos insurgentes del siglo XV, es decir, acompañantes y servidoras en el tanto se encargaban de lavar, remendar ropa, cocinar, curar enfermos y heridos, y eventualmente ser compañeras sexuales y sentimentales de los soldados; en el caso que nos compete con el libro de Bendaña se debe resaltar como primer punto el código moral que Sandio establece como una orden so pena de muerte, a su ejército; el cual, debía obedecerse no solamente al interior del ejército, sino en cada pueblo al que llegaran.  Este código, como bien lo expone el autor, se refería a la prohibición del saqueo y de la violencia sexual en contra de las mujeres, elementos que les permitía diferenciarse del bandolerismo de la época.

Como se expone en el libro, Sandino no era feminista (y no tenía que serlo, ciertamente) pero no era ajeno a las luchas que estaban dándose en varios países en ese momento; por lo cual, las luchas por la igualdad y acceso a espacios públicos y políticos de las sufragistas bien pudieron darle elementos para contar con el apoyo de las mujeres en su lucha, tanto las que se sumaron al ejército como las que colaboraron con suministros, hospedaje y otros bienes necesarios para la subsistencia del ejército.

Estos puntos son importantes de resaltar, pues si bien el trabajo de las mujeres dentro del ejército respondían a la tradicional división sexual del trabajo (no podía ser diferente considerando los códigos culturales que definían espacios y trabajos para mujeres y hombres), lo cierto es que también representó un lugar más seguro para las mujeres y sus hijos e hijas; además de la posibilidad que tuvieron algunas para ser consideradas soldados e incluso, alcanzar algunos puestos de mando dentro del ejército.

A partir de lo anterior, sí es importante resaltar aquellos aspectos más simbólicos que han permitido la continuidad del patriarcado como sistema de organización de las sociedades, y a los cuáles sí debemos hacerles la crítica correspondiente, pues no responden a comportamiento de unos hombres sino que definen las relaciones en general en la sociedad; es decir, no sólo Sandino, no sólo su ejército reproducían estos códigos, sino que han sido parte constitutiva de las sociedades modernas.  Uno de esos aspectos es la definición de lo masculino y lo femenino, y valor simbólico que se le asigna al resultado obtenido.  Por ejemplo, si la guerra es «cosa de hombres», todo lo que encierra es cosa de hombres también: el uso de uniforme, uso y portación de armas, ocupar altos mandos en el ejército; cuyo resultado final es la protección de los grupos más frágiles o vulnerables dentro de la sociedad, a saber, mujeres, niños, niñas y personas mayores.

Por el contrario, el cuido y la reproducción es «cosa de mujeres», por lo tanto, aquellas tareas relacionadas con ello son responsabilidad exclusiva de las mujeres: cocinar, lavar, cuidar niños y niñas, cuidar enfermos, cargar los utensilios necesarios para esas labores, por mencionar algunas cosas.  El producto de esto sería entonces, la subistencia del grupo al cual están dirigidos esas tareas, en este caso, el ejército.

Esta distinción entre lo femenino y lo masculino han sido las que han definido al mismo tiempo, la división sexual del trabajo y el acceso a espacios de poder y toma de decisiones, por lo cual, no debe extrañarnos las relaciones que se establecieron dentro del ejército y fuera de él entre mujeres y hombres, y aun menos debe extrañarnos que se hiciera con total naturalidad, pues respondía, antes y ahora, a esos códigos culturales que han sido establecidos desde hace mucho tiempo atrás.  Su cuestionamiento, por cierto, viene a tomar fuerza en el movimiento feminista recién en la década del 60 con el desarrollo teórico y político del feminismo marxista y socialista.

Igualmente, esta división sexual del trabajo se profundiza por las relaciones de clase establecidas en ese momento histórico (no tan ajeno al actual); pues las primeras formas de violencia que pudieron experimentar las mujeres provenían justamente del ordenamiento político y económico de la sociedad y el lugar que ocupaban en la división social del trabajo: pertenecían a ese grupo de personas que sistemáticamente eran desposeídas de sus bienes, de sus pocos medios de producción, de la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales de vida, y producto de la violencia de Estado, amenazadas constantemente con ser violadas por los soldados de la Guardia Nacional o de los marinos, con ser testigos del asesinato de sus hijos u otros familiares, y finalmente, ser expropiadas o desposeídas de sus bienes.  Por lo tanto, como dije anteriormente, sumarse al ejército de Sandino les podía dar cierta seguridad para ellas y sus hijos e hijas, de proteger su vida, pues materialmente tenían mucho poco qué perder en ese contexto.

Saludos y reitero mi agradecimiento por poder compartir ese espacio con usted, y sobretodo, por haber tenido la oportunidad de leer el libro que nos invita a continuar la búsqueda de la historia no contada.  Igualmente insisto en la importancia del texto y en que haya asumido el reto de hacerlo, considerando que las fuentes, como se dijo en varias ocasiones, no son de primera mano, sino testimonios, cartas, informes, entre otros, en su mayoría escritos por hombres; cosa que hace más difícil reinterpretar lo que ya ellos han interpretado e intentar plasmarlo resaltando la figura de las mujeres en la historia.  Definitivamente es un libro que provoca continuar con esa búsqueda.

 

Lucía Brenes Chaves.  UCR.

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