Carta de Bosco Centeno a Ernesto

Solentiname 8 de marzo 2020

Te acordas Ernesto?

Al perder las elecciones en 1990 se da  mi salida del Ejército.  Eso vino a proporcionarme todo el tiempo libre que en muchos años no había tenido, pronto se nos presenta  la primera oportunidad de viajar juntos. Vos Alejandro y yo. Habías recibido una invitación del gran poeta brasileño Thiago de Mello, para ir nada menos que al Amazonas y Barreirinhas, un pequeño pueblo al que solo se podía llegar con pequeñas avionetas y embarcado durante dos o tres días, donde vivía el Boto como le decían los lugareños a Thiago  para referencias a una leyenda: dicen que el delfín azul endémico del Amazonas, por las noches se convierte en un caballero vestido impecablemente de blanco  y que enamora y se lleva a las mujeres más bonitas de las aldeas. Thiago viste camisa y pantalones de lino blanco zapatos y sombrero blanco. Además es precedido de una fama de buen gusto por bellas mujeres aunque cuando lo conocimos tal vez estaba por los 70 años. Mucha gente en Manaos, la ciudad mística de la opulencia del caucho, choferes, jóvenes y matronas lo saludaban. Algunos decían  “adiós Thiago” y otros “adiós Boto”, y era una cantidad grande de personas que lo reconocían y saludaban con mucha admiración y mucho cariño .

Vos siempre te has recordado del Boto cuando nos llevó a comer pescado. Era  un restaurante que me pareció enorme tal vez con unos doscientos comensales degustando deliciosos y extravagantes pescados amazónicos. Thiago nos recomendó la especialidad de la casa el Tucunare frito que es un pescado muy parecido al guapote  de nuestro lago pero con un sol negro tornasol en los costados que nos supo a gloria. Probamos la farinha por primera vez, es la comida principal de los ribereños que es una harina que extraen de una yuca venenosa que se llama mandioca y luego de un proceso complicado sale como una especie de arroz quebrado o harina gruesa.

Alejandro y yo teníamos una gran  ilusión por este viaje queríamos reeditar, uno que vos  y William Agudelo habían hecho años atrás junto a Jorge Jenkyn, en los años 80, que para ese entonces Jorge era  embajador de Nicaragua en Brasil. Todo lo que nos contabas de la gira en el barco se me parecían a los relatos de García Márquez, un viaje con guitarras, paradas en cada puerto, cielo estrellado en la noche amazónica y que vos y William contaban con lujos de detalles. Mientras nosotros echábamos a andar nuestra imaginación para  vivirlo todo como un sueño que se hace realidad, estábamos felices o casi.

Hoy vivo esta realidad como un sueño, sueño del que no quiero despertar porque mientras sueño escucho los golpes de tu bordón, y te siento tan cerca y espero tu pregunta, ¿qué vamos a desayunar?

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