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CARTA DE CARLOS F. GRIGSBY A ERNESTO

24 de febrero de 2019

Estimado Ernesto Cardenal:

Es como si un gran silencio hubiera arrasado con la poesía de mi generación. De los poetas que yo conozco, casi todos estamos fuera del país, algunos por la crisis política, otros, como yo, porque estábamos desesperados por salir. Llegará el día en que vos nos dejés, nos deje Sergio, en que Gioconda nos deje —y ya nos dejaron, demasiado pronto, Ulises y Francisco. ¿Y a quién le tocará seguir la conversación sino a nosotros? Tarde o temprano, nos haremos oír.

Y tenemos tu poesía. Amenaza, a veces, con identificarse con tu figura: cotona, bluyín y boina, su igual apariencia en el tiempo; la revolución, su mito; el cristianismo y el marxismo, sus ideales. Hablando sobre la poesía nicaragüense que llega a Chile, un amigo chileno me decía que llega poquísima. Yo le pregunté por tu poesía. Él me dijo que claro, Cardenal sí se lee y él llega mucho, pero uno no suele asociarlo tanto con un país en particular, por alguna razón.

Yo creo que esa es una virtud. Sin embargo, a mí nunca me interesó demasiado tu figura. Lo que siempre encontré insólito fue esto: mezclar a fuentes tan diversas como Pound, Jesucristo, Sandino, Marcial, Hubble, San Juan de la Cruz, Darwin; y hacer de ello una obra. La ambición del proyecto es admirable. Admiro, también, que solo escribás versos honestos; no le das tregua al ornamento o ripio.

Llevaré siempre conmigo esa imagen en la Hora 0 de los 30 soldados harapientos que marchan con una bandera que no es más que un harapo sobre un palo de montaña. Los tanques blindados de los salmos. El haberle añadido un telescopio a la noche oscura del alma. Y el que hayas intentado unir la búsqueda de la utopía con la de la poesía.

Carlos F. Grigsby

 

 

 

 

CARTA DE  Oscar de Baltodano-Pallais A ERNESTO

Barcelona,  29 de febrero 2019

Rev. P. D. Ernesto Cardenal

Querido Padre Cardenal: empiezo esta carta con las mismas palabras que te hice llegar en aquellas primeras letras cuando empecé mi camino espiritual, en aquella carta te llamaba padre porque te compartía que yo veía a Dios en ti, que tu fidelidad al voto de castidad te fue recompensada con la paternidad espiritual de muchos, y que tu vida como signo de contradicción es meramente evangélica, pues ¿acaso no es el mismo amante que compartimos que fue con su vida signo de contradicción para sus tiempos? me han pedido que hable de ti y para hablar de ti tengo que referirme a la fuente que mana, al Alfa y al Omega, al principio y al fin de todo esto.

 Querido Ernesto quisiera empezar del punto de partida de tu vida y la mía, el fundamento de la vida de Merton tu maestro y la fuente donde bebió Teilhard de Chardin tu inspirador, esa energía de tu cantico cósmico  que algunos llaman Dios y que se configura en el hombre en la capacidad de amar,  que es capaz de provocar sensaciones del cuerpo y del alma, e incluso capaz de esconderse de la vista de los sentidos,  haciendo partir el corazón en dudas y  añoranzas, esa energía que té quemo y té hizo manar poesía del corazón.

Para conocerte hay que abrir el corazón a la experiencia de Dios que transfigura y dignifica la propia existencia, sin, esta disponibilidad de apertura se corre el hombre el riesgo de ver en ti lo que nuestros deseos mezquinos maquinan, por eso me encanta definirte como un profeta del amor, un guardián del silencio y un hijo de lo desconocido, pero también como una contradicción ¿acaso no hay mayor contradicción que te llamen místico los hombres y no comprendan que es la mística? El místico es un ser material plenamente enamorado de un ser divino, del cual posee una experiencia personal, única e intransferible llegando incluso a desear esa energía que llamamos Dios de forma biológica tan intensamente como los amantes se desean, dando fruto al amor universal y tu querido padre siempre has amado en mayúsculas.

Has amado la belleza material de las mujeres que te marcaron, has amado la búsqueda de la verdad y del conocimiento queriendo recrear en la búsqueda misma la vivencia sobrenatural con el amante cósmico, has amado los cambios políticos vistos desde el evangelio y concebidos en pro de la liberación de los oprimidos, has amado y comprendido que el secreto de la vida es esto, que todas las galaxias, Andrómeda, planetas, vías lácteas, seres biológicos, etc. todo es un uno en el amor, es por medio del amor que el mundo gira y se conecta con la divina comunión cósmica.

Por eso intentarte comprender como político revolucionario es la manera más superficial de conocerte porque los conceptos ideológicos desaparecerán en la medida que el mundo renazca en el amor y tu revolución más pura ha sido la revolución del amor pues has comprendido que Dios estaba en todos, pero especialmente en los más pobres y marginados, has sido profeta pues has anunciado la resurrección de la nueva sociedad mediante la fe en un Dios padre, la fraternidad la justicia y el amor y has dicho en el lenguaje de la poesía lo que los místicos se niegan a callar y los teólogos se niegan a decir.

 En ti la fidelidad de Dios a su alianza se hace vida al aceptar plenamente la fragilidad de nuestra materia, misma materia en la que el amor se hizo carne y compartió la pobreza de nuestra condición, la debilidad de un componente creado a partir de la mezcla del polvo de la tierra y el aliento de Dios, «Dios es visto y se revela a sí mismo como hombre es decir, en nosotros y no existe otra esperanza de encontrar la sabiduría si no en la humanidad de Dios ¡nuestra propia humanidad transformada en Dios.»  por tanto, los sinsabores de nuestra condición realmente no importan cuando empezamos a conocer realmente quienes somos y lo que somos y aunque tu querido padre has pasado la vida intentando comprender quién eres y que eres, sabes en lo profundo del razonamiento del corazón que esto solo lo sabrás fuera de este plano cósmico, cuando té fundas en una sola explosión de energía junto a la fuente que existía incluso antes de afianzarse las leyes del espacio tiempo. «EN el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».

Eres parte de un plan que te trasciende, una pieza de un mosaico tan grande como el universo, un hombre que se ha perdido a si mismo al servicio de la inmensa sabiduría del plan de Dios de revelarse a Si mismo en el mundo y en el hombre, un místico de lo ordinario y en lo ordinario me refiero a los retos de los tiempos, tu vocación aun es incomprendida para tu sapiencia y para la de todos , pero es que toda vocación es un misterio y no voy a perderme en los juegos de palabras porque no contribuyen a aclarar más las cosas, es una contradicción y como tal debe permanecer, pues tú mismo eres una contradicción en Dios y es en ello donde radica la grandeza de este plan del cual eres parte, tu vocación ha sido la de buscar a Dios y esto no se puede reducir a formulas exactas. ni la existencia. Ni el espíritu del ser humano.

Por tanto, querido padre en estas letras solo quiero comulgar contigo en nuestra fragilidad ante el que nos ha elegido, quiero comulgar contigo en la pobreza de mi condición en la contradicción de nuestro llamado y en esta fragilidad que es nuestra riqueza ante Dios pues él nos ha dicho: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí». Que sea nuestra fragilidad la que nos una en la divina comunión cósmica y sea ella la que nos guie siempre para incendiar de amor el mundo entero, para seguir ofrendando nuestras vidas a este plan sobrenatural que es más grande que el universo pues se funde en las manos de la energía que lo provoco todo, que el amor nos consuma por completo y purifique nuestras faltas.

Dios es amor, y el que vive en el amor, en Dios vive y Dios en él. (I Juan, 4, 16)

Implorando tu bendición, me despido abrazándote en las especies que día a día en tus manos ofreces la totalidad del universo como materia de su sacrifico por los hombres.

 Oscar de Baltodano.

CARTA DE PINITA A ERNESTO

Marzo de 2019

Querido Padre Ernesto:

Desde que se fundó la Comunidad de Solentiname, Miguel Ernesto y yo tuvimos deseos de visitarla. A través de su hermano Fernando, fuimos conociendo sobre ese bello lugar. Un verdadero paraíso. Especialmente nos interesó la experiencia de esa comunidad de jóvenes que se había formado. Un extraordinario laboratorio para la convivencia y el compromiso. Estoy segura que el espíritu de su gran amigo y maestro Tomás Merton, lo acompañó y lo animó siempre en esa experiencia maravillosa.

El primer contacto que tuve con usted fue en 1977, cuando salió publicada en La Prensa un artículo titulado “Oración por mis hijos” que yo había escrito, pidiendo al Señor unos hijos con valores diferentes a los que se vivían en León, donde habitábamos entonces. El auge del algodón permitía un enriquecimiento rápido, y los que lo lograban eran reconocidos como personas de éxito. Exitosos no por el trabajo que hacían por la ciudad o la comunidad, sino por la rapidez con que hacían dinero.  Nosotros  vivíamos entonces un cambio cristiano en nuestras vidas. Me sentí muy contenta de la reacción que esa oración causó. Hubo personas que me criticaron diciendo que yo quería hijos comunistas y que les regalara los bienes que poseía, pero muchas otras me mostraron su acuerdo. De usted, a quien no conocía personalmente, recibí un pliego de papel escrito a mano, que aún conservo, diciendo: “Una madre que pide al Señor hijos como esos que vos pedís, podes estar segura te los concederá”. Quiero agradecerle aquellas palabras como también las que nos entregó con su dedicatoria al poema: “Así en el Cielo como en la Tierra”, que dice: “Para la familia de Pinita, a quién mi hermano Fernando consideraba su familia, por lo tanto también la mía”. Qué hermoso para mí que usted me considere su familia. Esas palabras tocaron mi alma.

Usted es un orgullo para Nicaragua. Reconocido mundialmente, sin embargo siempre humilde, sencillo, consecuente y sobre todo libre para denunciar y decir lo que piensa, no importa de quién o de qué se trate. Su vida ha estado basada en la creación del arte y de las más sublimes y bellas formas de expresión humana. Ha tenido usted el privilegio de ese don con su vocación contemplativa que le ha permitido una comunicación fluida con el Señor.

Sus poemas, leídos mundialmente son una inspiración para diferentes generaciones. Todos escritos sobre la realidad de los seres humanos, de sus sentimientos y sus vidas.  El amor como la expresión más bella del hombre y la mujer. Su obra maestra, “Cántico Cósmico”,  nos muestra la grandeza de Dios con la creación  y la pequeñez del puntito del planeta tierra en la inmensidad del universo. Sin embargo el único con seres vivientes y pensantes creados a imagen y semejanza de Dios.

Sentí mucho no estar presente en la primera Misa concelebrada por usted después de tantos años de una sanción injusta, a la que usted se acogió con gran humildad.

Fuera de Nicaragua, donde me encuentro por la situación que vivimos, estuve siempre a su lado, siguiendo paso a paso la grave situación de salud que lo aquejaba y doy gracias a Dios por su pronta recuperación. No tengo dudas que el Señor lo ha dejado para que siga usted siendo testigo de su amor y compromiso. Le mando un fuertísimo abrazo, esperando y orando para que llegue pronto la libertad que tanta sangre y dolor ha costado nuevamente a Nicaragua.

Lo quiere mucho, Pinita

Carta de Bosco Centeno a Ernesto

Solentiname 8 de marzo 2020

Te acordas Ernesto?

Al perder las elecciones en 1990 se da  mi salida del Ejército.  Eso vino a proporcionarme todo el tiempo libre que en muchos años no había tenido, pronto se nos presenta  la primera oportunidad de viajar juntos. Vos Alejandro y yo. Habías recibido una invitación del gran poeta brasileño Thiago de Mello, para ir nada menos que al Amazonas y Barreirinhas, un pequeño pueblo al que solo se podía llegar con pequeñas avionetas y embarcado durante dos o tres días, donde vivía el Boto como le decían los lugareños a Thiago  para referencias a una leyenda: dicen que el delfín azul endémico del Amazonas, por las noches se convierte en un caballero vestido impecablemente de blanco  y que enamora y se lleva a las mujeres más bonitas de las aldeas. Thiago viste camisa y pantalones de lino blanco zapatos y sombrero blanco. Además es precedido de una fama de buen gusto por bellas mujeres aunque cuando lo conocimos tal vez estaba por los 70 años. Mucha gente en Manaos, la ciudad mística de la opulencia del caucho, choferes, jóvenes y matronas lo saludaban. Algunos decían  “adiós Thiago” y otros “adiós Boto”, y era una cantidad grande de personas que lo reconocían y saludaban con mucha admiración y mucho cariño .

Vos siempre te has recordado del Boto cuando nos llevó a comer pescado. Era  un restaurante que me pareció enorme tal vez con unos doscientos comensales degustando deliciosos y extravagantes pescados amazónicos. Thiago nos recomendó la especialidad de la casa el Tucunare frito que es un pescado muy parecido al guapote  de nuestro lago pero con un sol negro tornasol en los costados que nos supo a gloria. Probamos la farinha por primera vez, es la comida principal de los ribereños que es una harina que extraen de una yuca venenosa que se llama mandioca y luego de un proceso complicado sale como una especie de arroz quebrado o harina gruesa.

Alejandro y yo teníamos una gran  ilusión por este viaje queríamos reeditar, uno que vos  y William Agudelo habían hecho años atrás junto a Jorge Jenkyn, en los años 80, que para ese entonces Jorge era  embajador de Nicaragua en Brasil. Todo lo que nos contabas de la gira en el barco se me parecían a los relatos de García Márquez, un viaje con guitarras, paradas en cada puerto, cielo estrellado en la noche amazónica y que vos y William contaban con lujos de detalles. Mientras nosotros echábamos a andar nuestra imaginación para  vivirlo todo como un sueño que se hace realidad, estábamos felices o casi.

Hoy vivo esta realidad como un sueño, sueño del que no quiero despertar porque mientras sueño escucho los golpes de tu bordón, y te siento tan cerca y espero tu pregunta, ¿qué vamos a desayunar?

Carta de Blanca Ramos a Ernesto

17 de abril 2019

Querido “Pater”.

De adolescente me tocó vivir la lucha contra una gran dictadura. En mis últimos años de colegio e inicio de Universidad empecé a trabajar con el padre Fernando Cardenal SJ, y en el grupo comentaban del poeta trapense hermano de Fernando, y desde entonces se despertó en mí una grandísima inquietud por el monje místico que vivía en Solentiname, el trapense revolucionario.

Escuchábamos el Salmo l “Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido… etc. Y eso me transportaba a Solentiname, al místico, al monje trapense, eso era para mí Solentiname.

Pasaron los años y cuando la Revolución Sandinista perdió las elecciones, muchos cristianos que habíamos participado en esa utopía, nos encontramos perdidos, sin esperanza. Fue entonces que el padre Fernando nos convocó a un grupo de “Cristianos en la Revolución”, a celebrar con él en la capilla de la UCA, la Eucaristía dominical. Fue allí donde este Dios-Amor obró el milagro. Fernando me pidió que le dijera a usted que nos acompañara a la misa, yo emocionada le trasmití la invitación de Fernando, usted muy contento aceptó participar y desde entonces nos acompañó todos los domingos al encuentro con el amado. Así llego usted a mi vida padre Ernesto.

En nuestra comunidad San Romero de América, el grupo se ha turnado para llevarlo los domingos a misa donde nos encontramos, viejos y jóvenes, con usted que no solo había perdido su “revolución”, sino también su vida de sacerdote activo. Poco a poco nos convertimos en amigos que nos encontrábamos ya no solo lo domingos, sino cada vez que la ocasión nos lo permitía, despedir amigos, dar la bienvenida a nuevos participantes, en fin, a veces solo por el gusto de estar con usted.

Mi amistad con usted, padre Ernesto, ha sido una de las más bellas etapas de mi vida. Le agradezco los momentos que compartimos, las misas dominicales en la UCA, las misas concelebradas en su casa, las  comidas en grupos donde usted y nosotras disfrutamos tanto, hacíamos toda una planificación de dónde ir y qué comer, siempre usted eligió el menú. Fui feliz viéndolo disfrutar de su almuerzo, y de su especial compañía; grandes conversaciones acompañaban el disfrute de esos almuerzos.

Yo sabía de usted, ya lo dije antes. Para todo aquel que se precia de amar lo bello, usted es su referente de la gloria divina: EL AMOR A DIOS.

Tener su cariño ha sido mi regalo del Dios-Amor, de ese Dios que solo a través de sus libros descubrí: “Vida en el Amor” y “El telescopio en la noche oscura” son mi referente del amor a Dios en todo y cada uno de los detalles de la vida.

El amor vivido por usted, con su vida sencilla, y directo siempre amando su soledad porque en ella se encontraba acompañado. Usted ha vivido entregado totalmente al Dios-Amor, un místico de carne y hueso. Jamás creí que llegaría a tenerlo cerca, admirarlo, quererlo y a la vez recibir su amistad y cariño por tanto y tanto que he recibido de usted. Gracias, mi amado padre Ernesto, por acercarme al misticismo.

Pater Ernesto, como siempre le he llamado por cariño, mi sueño desde adolescente se realizó cuando fui invitada a Solentiname a la celebración de su  cumpleaños. Allí le dije “Pater, si existe el paraíso, este es el paraíso”, allí viví tres días de paraíso, Solentiname fue un pedacito de cielo que quedó grabado en mi corazón.

Mi Pater Ernesto, que me mantuvo en vilo durante sus días en el hospital, cuando creímos que se iba para siempre. Pero la fuerza del amor hizo el milagro de devolvérnoslo a la vida. Llena de emoción asistí a su primera misa, todavía en su lecho de enfermo. Pero la gran recompensa fue el día que celebramos la misa en su casa con el padre Moisés.

Su dedicatoria, en el libro “Hijos de las Estrellas” en la que puso: “agradeciendo a Dios que te ha puesto en mi camino”.  Soy yo la que vivo agradecida con Dios por haberlo puesto en mi camino, en mi vida.  Todos los días doy gracias al Señor por su vida, su valentía, por su testimonio de vida que ha movido y comprometido al servicio y al Amor a muchísimas personas en el mundo. Admiro su espíritu rebelde, franco, sincero, luchador inclaudicable, pero su MÍSTICA, su Amor y entrega, su SILENCIO, su vida toda son el mayor testimonio de ese Dios-Amor, ese Dios-justo, luchador, capaz de dar la vida por AMOR.

*

2 de marzo de 2020

 

 (2) Ha dejado grabado en mis pupilas, esos ojitos brillando de alegría y su dulce sonrisa cada día que pasaba saludándole, y me decía: jálate la silla, sentate, ¿qué nuevas me contás?; le hacía un breve resumen de la situación política, le llevaba artículos impresos, usted siempre queriendo estar al día de la política. Otras veces me leía estrofas de lo que estabas escribiendo, y me comentaba que en esas lecturas encontraba la oración. Esa mística cósmica que le poseía me contagiaba, yo quedaba maravillada, usted me platicaba y me explicaba, yo gozaba y me llenaba de ese amor místico entre usted y el amado.

Otras veces, las más alegre y que más disfrutaba, era escoger el día y el evangelio de nuestra misa mensual con su comunidad, concelebrada con el padre Moisés, gozaba y era feliz, preparando una extraordinaria homilía, y eran momentos de una gran enseñanza bíblica y que todos disfrutábamos y aprendíamos algo nuevo. Ese día su sonrisa resplandecía. Era feliz con su comunidad.

Yo jamás salía de su casa sin mi crucecita en la frente, y yo se la hacía a usted, esa crucecita está marcada en mi frente, es indeleble.

Siempre está presente en cada estrella del universo, le amo y gracias a la vida que me dio el regalo de su cariño, su sonrisa y su amor.

“El Paraíso es el Amor, quien vive en el amor de Dios vive siempre en el Paraíso”

“Hija de las Estrellas”

 

 

 

 

 

Carta del Dr. Joseba Buj a Ernesto Cardenal

América…, te hablo de Ernesto. Pero… ¿qué puedo decirte yo de Ernesto? Yo que nací en aquel lejano Bilbao de mis recuerdos, con lluvia, con hollín de fábrica, con chimeneas como tules grises paulatinamente abandonadas al olvido. Aquella villa despiadada que sustituía los muelles de la huelga obrera y la vindicación nacional por los corredores turísticos, los conciliábulos financieros y la aberración del Guggenheim. Puedo decirte que, en mí, por entre aquella hecatombe de viejos y valientes ideales, por entre aquella sucesión de traiciones y de desmemorias instrumentalizadas, resistía la fábula del cura bueno que, abandonando este mundo de canonjías, había resuelto acudir a tu llamado, América, para luchar y morir por aquellos que sufrían en lo que era y es, mucho tiempo demoré en comprenderlo, el ineludible reverso de aquél…, mi mundo lustro con lustro más privilegiado y domesticado. Cuarenta y ocho años después, en idéntica fecha, a unas calles de distancia, yo nací en el mismo lugar en el que Ignacio Ellacuría vio la luz por vez primera. Y cuando fui yo el que llegó a tus costas, América, puedo decirte que fue Ernesto quien colmó con creces la inercia insurgente que acompañaba a dicho estereotipo heroico. La épica culta, progenie de aristócratas asesinos, genocidas y saqueadores, se desplazaba en los enunciados poéticos de Ernesto hacia tus democráticos centros de raíz amarga, hacia tu profunda raíz. La épica de Ernesto era la épica de los vencidos, que soñaban una victoria otra, una victoria preñada de justicia y no de dominación. La ardua cadencia de la metáfora vanguardista, desgastada en los altos salones de la pedantería, viajaba en los versos y esculturas de Ernesto hacia las formas de un decir primitivo que, familiar, no desatendía la complejidad del arquetipo originario. El evangelio sandinista de Ernesto conjuraba al Dios, cercano, compañero, de los de abajo: el Dios que se subleva contra la tiranía. Yo sí creo en la lucha de Ernesto, sí creo en su verso, sí creo en su Dios. América… ¿qué puedo yo contarte de Ernesto? Si Ernesto es el poeta, el que me hizo saber de ti. Por eso, América, Nuestra América, Madre América: ruega tú por Ernesto, ruega por nosotros que seguiremos el ejemplo de Ernesto. Ruega por la épica de Ernesto. Ruega por el hondo imaginario de sus palabras y esculturas. Ruega por el evangelio de Sandino. El que predicó Ernesto. El que nunca podremos olvidar.

Joseba Buj (Bilbao, 1978), doctor en Letras Modernas por la IBERO de CDMX.

Carta de Ana Vila a Ernesto Cardenal

Norteaste mi vida sin saberlo

En el mes de los mangos en flor; en la segunda luna del 2019; en el décimo mes de la entrega de nuestra gente por la Liberación de Nicaragua me piden que cuente de Ernesto, que diga lo que él significó y significa para mí.

Me zambullo en mi corazón, buceo en mi interior y con la fuerza que “agroman” las yerbas, crecen las planta y re-verdean los árboles después de las primeras lluvias de mayo…

Ernesto… tantas veces te he querido contar, tantas veces he soñado con hablarte… pero soy tímida… y llegar a vos… que lo fui dejando.

Hoy me dan papel y lapicero para decirte, decirte todo lo que tengo en mi corazón, todo lo que ansiaba decirte y que tantas veces se me quedaba dentro.

Ernesto, te leímos en un tren, de noche. En un tren que corría desde Madrid a Galicia. Era el pasaje de la “multiplicación de los panes y los peces”… ¡Yo no creía!… Ah!… VOSOTRS ME LO EXPLICASTEIS: SOLIDARIDAD, COMPARTIR… ¡Ahora sí que puedo creer! Así, sí entiendo lo que decía Jesús.

¡Y con vos y tu comunidad de Solentiname, entendí y entiendo el mensaje del “Moreno”!, ¡de ese Amigo común que tenemos, buscamos y  ya encontramos dentro, muy dentro! Y con Vos y gracias a Vos, al Espíritu que palpita en vos, no se me apago “la mecha humeante”.

Y luego, a seguir buscando donde fuera ese mensaje que nos enviabais desde Solentiname. Esa reflexión que cada día tejíais juntos. Y me quise ir, no sabía cuándo pero ¡yo me voy a Nicaragua! Me voy con ls que me alentaron y no dejaron apagar la mecha que humeaba.

Vos, como auténtico sembrador, nos trasmitías ese tesoro escondido que “mergullabaís” en vuestro corazón y lo lanzabas a tods ls hermans, al mundo entero, a todo el planeta… Me llegó y me salvó. Se me perdía la fe, no me valía nada de lo que oía, Ernesto, nada de lo que me decían o compartían.

¡A la luz de una candela, en la montaña de Lugo, mi tierra gallega, leí con inmenso gozo, admiración y envidia, vuestra vida en Solentiname! Esa experiencia humana en la que disteis entrada a todo vapor al Espíritu, al de Jesús, y que anidó en vuestro corazón, en toda el alma, en toda la mente y en todas vuestras fuerzas y… ¡SELLASTE MI FE, ERNESTO!

Hoy, sí me escuchas y mi mirada puede encontrarse con la tuya, con calma. Algo tan deseado, tan esperado y que pensé nunca llegaría.

Cuéntame, Ernesto, tu secreto.

¿En qué palpita sin sosiego tu corazón?

Y esa magia que trasmites, que tocó mi vida –y la de tants- e hizo cambiar el rumbo, que intuía, pero agonizaba en mi corazón.

¡Qué lucha! ¡Qué VIDA la tuya!

Me enamoró tu valentía.

¡Tu visión profunda, profética del entorno de la vida de nuestro pueblo, la de los seres humans, la del Cosmos!

¿Qué me tocó de vos, Ernesto?… ¡Tu amor al Amigo, al Compañero de tods, al AMOR!

Tu compromiso con la Vida, con ls humans, con la justicia, de la que estabas enamorado y presidía cada amanecer y atardecer de tu Vida. Tu capacidad de amar salpicó mi vida al ver tu profundidad de pensamiento descubriendo al opresor, denunciando sin miedo y dándonos primicias a tods sobre la dictadura.

Hombre de carne y hueso. De Espíritu y misterio. Hombre de viento y lluvia. Hombre de luz y sombra. ¡Hombre de humanidad plena! ¡En tu nacer, vivir y morir, eclosiona la VIDA; resucita la VIDA; eclosiona el UNIVERSO!

¡Gracias, Ernesto. Te quiero un montononón!

Carta del poeta William Grigsby Vergara a Ernesto Cardenal

Managua, 11 de abril de 2020

Querido padre y amigo:

La primera vez que tuve contacto con su obra fue a los 15 años, cuando encontré una vieja edición de Oración por Marilyn Monroe en la mesa de noche del cuarto de mi abuelita Myriam, una de sus grandes lectoras, por cierto, cuyo nombre coincide con el de uno de sus amores de juventud.

Ese libro tocó mis primeras fibras literarias, pero por alguna razón fue hasta después, cuando yo tenía 18 años y recién salía del Colegio Centroamérica, que me sentí profundamente iluminado por su vasta obra universal. Iba yo caminando hacia la UCA una mañana soleada cuando me detuvo el rótulo de las oficinas del Centro Nicaragüense de Escritores (CNE), y decidí entrar, observar la colección nacional y comprar un librito suyo, editado por Anamá. Ese librito cambió mi vida, me refiero a sus Salmos. Me gustó mucho el gesto antisolemne de publicarlos en una edición de bolsillo, tan barata y accesible como aquella.

En la portada usted aparecía celebrando misa en Solentiname con la barba tupida, el pelo blanco, las gafas gruesas y las manos frente al cáliz y las hostias sagradas que estaban sobre la mesa sacramental. Recuerdo bien aquella foto, totalmente coherente con el contenido de los versos del libro. Me sorprendió su lenguaje claro y directo, lo encontré humano, auténtico y lúcido; sentí como si yo pudiera escribir como usted y luego empecé a imitarlo. Así empezó mi vocación literaria, repito, queriendo yo escribir como usted, desde luego nunca pude.

Desde entonces empecé a visitarlo. Usted me recibía, muy interesado en lo que yo escribía. Le llevé un fajo de poemas malos, como todos los malos poemas que uno escribe cuando es adolescente. Usted corrigió lo que pudo con mucho detalle. Le debo haber inspirado alguna nobleza. Si no, creo que me los hubiese devuelto, rechazándolos. Pero no, me dijo que “miraba futuro” en algunos de mis versos. Desde entonces me sentí profundamente agradecido con usted.

Ese mismo año 2003 nos encontramos en Cuba, cuando le dedicaron la Semana del Autor en La Habana. Yo estaba en la isla por motivos de salud y fui a su recital, pero casi no pudimos hablar porque al terminar lo rodeaba la prensa y una multitud de jóvenes le solicitaba fotos y autógrafos. Volvimos a coincidir cuando participé en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. La premiación fue en el paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, la UNAN-León, donde nos encontramos con Claribel Alegría, miembro del jurado y gran amiga suya.

En años más recientes tuve la oportunidad de prologar una presentación de sus esculturas en Managua, y posteriormente hice mi tesis de maestría sobre su obra escultórica en íntima relación con su obra poética. A raíz de eso nos entrevistamos un par de veces y siempre fue para mí algo muy especial sentir su apoyo en todo lo que yo realizaba. En México, donde realicé mi posgrado, tuve la oportunidad de conocer muchas personas que se sentían deudoras de su legado, personas de todas las edades y de diferentes nacionalidades que le daban seguimiento a todo lo que usted hacía desde Nicaragua.

La última vez que nos vimos fue en julio del año pasado, en su casa. Ese día usted estaba muy bien de salud, fuerte y recuperado de su última crisis respiratoria. Me dijo que creía en la resurrección, por eso seguía escribiendo. Aquel encuentro no duró más de 15 minutos, pero fue suficiente para enterarme de su vitalidad, de su cariño y de su notable lucidez. Usted permanecía escribiendo y leyendo libros científicos desde un cómodo sillón café, en una pequeña habitación donde también recibía visitas esporádicas. Afuera lo cuidaban sus garzas blancas esculpidas en madera, sus cristos minimalistas y sus plantas policromadas.

Estas breves líneas, querido padre y amigo, suponen un pequeño gesto de agradecimiento para usted ya que su poesía supuso un gran hallazgo en mi vida. Usted, sin saberlo, fue responsable de que yo me dedicase a la literatura con la misma pasión con la que descubrí sus Salmos en aquella oficinita retirada del mundo, donde también se dedicaba a su incansable labor literaria, tan infinita como el cosmos que inspiró sus cántigas consagradas a Dios.

William Grigsby Vergara.

Carta de la poeta Zingonia Zingone a Ernesto Cardenal

Roma, 14 de febrero de 2019

Mi querido padre Ernesto:

Son tantas las cosas que quisiera decirle que no sé por dónde comenzar. Quizás por la garza blanca que desde Solentiname voló a Roma para alojarse en la sala de mi casa y recordarme cada mañana que el verdadero vuelo se cumple en la sencillez. O por los tantos libros de su autoría que he acumulado a través de los años, y ahora llenan de trascendencia los estantes de mi librería. Lo que no puedo dejar de contarle es que cuando llegué por primera vez a Nicaragua, lo cual fue para trabajar en una finca de arroz, era la primavera y gracias a sus versos, cerca de San Francisco Libre sentí ese olor a tierra recién llovida, a raíces desenterradas, y oí de cerca el mugido del ganado, y vi los ojos grandes y sonrientes de los niños descalzos; así noté que estaba rodeada por la vida y que yo no era más que una vida dentro del inmenso conjunto de vidas: la más desafinada cigarra del coro. O sea, fue la verdad, tan llanamente expresada en su poesía, que me abrió a la dimensión real de la existencia. De esta manera, amado poeta, podría seguir confesándole muchas anécdotas de mi vida que están íntimamente ligadas a la luz que desprende su obra. O, mejor dicho, a aquella luz que desde un lejano sábado 2 de junio, cuando usted decidió “que ya había luchado mucho infructuosamente” y se entregó a Dios, atraviesa a su persona para tocar y transformar los corazones.

Es por usted que llegó a mí la más entrañable de mis amigas: la traductora de su Cántico Cósmico en italiano, su querida amiga Celina Moncada. Desde que la conocí, su misión  fue la de hablarme a diario de la belleza, la inocencia y la pureza del poeta Cardenal. Me regaló Vida en el Amor para explicarme, que más allá de su fama literaria y de su compromiso político y social, la verdadera búsqueda del Poeta siempre fue la de “ser uno con Dios”, y por lo tanto, con todo y todos. «El Amor», me decía «es el eje de su obra y de su vida entera». Celina supo, en cinco años de intensa amistad, colocarlo a usted en las profundidades de mi vida interior, y desde allí, como una materia invisible ese amor se ha ido “desbordando” hacia fuera, canalizando mis pensamientos y mis acciones hacia el Uno. Cuando nuestra amiga regresó al espacio fuera del tiempo, dejando atrás una estela de amor, percibí claramente el mensaje de su obra: todo es parte de un gran engranaje evolutivo que va rodando hacia Dios, y en éste, el Amor, inalterado en su esencia, persiste.

Me emociona, querido poeta y padre mío, sentir que todo está ligado con todo, y que todo tiene una razón de ser. De esta manera, las coincidencias dejan de ser coincidencias y la soledad se esfuma. Esta verdad tan sencilla es a la vez muy difícil de divisar, y a usted le debo, a su visión cósmica, el hecho e poder ver el mundo en un grano de arena y la arena que se hace uno con el mar. En la reunión de todos los elementos, la distancia física desaparece y yo me siento espiritualmente muy cerca de usted. Es una forma de cercanía que no caduca con el paso del tiempo.

Por todo esto y más (no lo quiero aburrir con demasiadas palabras), me es inevitable amarlo a usted de forma incondicional, filial y devota. Me arrodillo frente a usted y le pido que me bendiga para poder seguir ahondando en su obra y así llevar la esencia de la misma a todos los confines de la tierra (que estén a mi alcance). Me regocijo en el Señor que quiso ponerse nuevamente en sus manos en la forma del pan y el vino, sublimando con la fidelidad de su amor la cruz que usted llevó por treinta y cinco años, y colocando su poesía definitivamente por encima de todos los esquemas.

Como todo padre, mi querido padre cósmico, usted es imprescindible. Gracias por cruzar desde siempre todas las galaxias y saberlo resumir todo en el vuelo inmóvil de una garza.

Mi abrazo, mi afecto, mi agradecimiento. Suya,

Zingonia.