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Tiembla todo lo vivo

Tiembla todo lo vivo es un libro de ensayos filosóficos sobre el estremecimiento de la condición humana y la naturaleza en general. A través del diálogo con filósofas y filósofos, el lector queda envuelto en los temas de esos autores dentro de un contexto centroamericano. Cada ensayo retoma el movimiento de la vida expresado en acontecimientos históricos, éticos y cotidianos para descifrar cómo la filosofía se entreteje en esas dimensiones de la existencia. Este libro desarrolla el ensayo autorreflexivo, narrativo, académico y de crónica para aterrizar los temas filosóficos. Por lo que el lector disfrutará y se convertirá en partícipe de la prosa leída.

Son escritos donde pensar significa descifrar cómo sería en realidad ese problema filosófico desde el terreno en que su autor lo reflexionó.

Este libro es una apuesta por pensar que todo lo que está vivo de alguna manera se agita en el tiempo, donde el ser humano y su entorno son dimensiones que fluctúan de manera intrínseca en la misma naturaleza

Síntesis de Tiembla todo lo vivo

LAWANA TIUNKA

Música del Caribe de Nicaragua

Esta investigación se enfoca en recopilar las principales manifestaciones musicales de la Costa Caribe de Nicaragua, una zona geográfica muy amplia y muy rica pero olvidada y marginada durante siglos. La fractura sociohistórica nacional provocó que esta región tuviera un desarrollo diferente al del resto del país, y por supuesto, la música –como expresión cultural– no fue ajena a esa diferencia.

Además, esta investigación también pretende reunir –en un solo libro– las principales obras características de las cinco etnias de la zona, tanto de la Región Autónoma del Caribe Sur (Creoles, Ramas y Garífunas) como de la Región Autónoma del Caribe Norte (Miskitus y Ulwas). Aunque estas etnias comparten similitudes históricas, sociales y culturales –gracias a la convivencia y los múltiples procesos de mestizaje–, la música de cada una de ellas, tiene orígenes y singularidades propias que diferencian a una de las otras.

En la zona Pacífico, norte y centro del país se tiene la idea equivocada de que toda la música del Caribe es Palo de Mayo, o que este es lo mismo que la música miskita, o que toda la población de la Costa es afrodescendiente. Estos son conceptos producto del aislamiento geográfico –hasta hace pocos años se construyó una carretera que une Managua y Bluefields. Antes de que existiera, el viaje se hacía por panga o por avión. Dichas ideas son también producto del desconocimiento de la historia nacional. Desde 1687 hasta 1894 la historia de la Costa no era otra que la de la Nación Misquita, protectorado británico que estableció una muy particular forma de monarquía. Por ende, la evolución musical es muy diferente a partir de la cosmovisión propia del nicaragüense amerindio, negro e incluso mestizo que vive en esta región del país.

Existe también un secreto a voces que implica un racismo cultural entre la mayoría de la población mestiza: “yo no soy negro, no soy murruco, no soy costeño”. Los mestizos del Pacífico se sienten extrañamente superiores sin motivo alguno e ignoran –en su mayoría– la enorme riqueza de esta región que ocupa el 56,2% de nuestro territorio, pero que cuenta solo con un poco más del 10% de la población del país. La Costa Caribe ha aportado a la construcción de la identidad nacional pero, para el nicaragüense del Pacífico, es únicamente su vecina territorial, y es casi tan desconocida como Belice o Jamaica:

Para las nuevas generaciones este libro es una excelente recopilación que sirve para empaparse de la cultura de nuestra amada Costa Caribe de Nicaragua. Es un trabajo muy útil para aquellos que quieren reconocer el folclor, la historia, los ritmos y los instrumentos tradicionales de las diferentes etnias de la Costa: creole, miskitu, garífuna, rama y ulwa. Para mí, este libro debería ser material de estudio en todas las escuelas, sobre todo del Caribe nicaragüense y centroamericano, ya que el nivel de desconocimiento de buena parte de nuestra juventud sobre su propia identidad e historia es muy elevado. Con este libro darás un importante recorrido histórico que inicia con los primeros pobladores de la región caribeña, cómo llegaron a este territorio, cómo se desarrollaron y cómo se mezclaron con el entorno, parte fundamental e indispensable para entender la música tradicional y su evolución y, además, comprender su aporte a la rica y muy diversa historia nacional. Las canciones no serán todas con las que crecimos y con las que recordamos nuestra juventud, pero es un excelente punto de partida para introducirse al lenguaje tradicional de la música de las diferentes culturas que han convivido -unas con otras- durante siglos en el territorio más amplio y diverso de Nicaragua.

Raymond Myers Ex integrante de Soul Vibration y músico de Bluefields  

El inmóvil movimiento del cielo

Fragmento.

….Contra todo pronóstico, y pese a algunas diferencias insalvables, me fui haciendo amigo de V y de B, quienes no me caían tan bien como C-M y J, pero sí me eran cada vez un poco más tolerables. También, a medida que las primeras semanas del taller y las últimas del último cuatrimestre de aquel año lectivo corrían, procuré irme volviendo cada vez más cercano a Alejandra. Siempre, después del taller, nos íbamos los seis a sentar a la mesa de algún bar a tomar litros y litros de cerveza (todos salvo B quien, sorprendentemente, pese a tener una conducta adictiva hacia prácticamente todo lo que se podía tenerla, nunca bebía más de uno o dos vasos). Hablábamos de varias cosas, pero cuando las conversaciones viraban hacia la estupidez o la ignorancia yo me dedicaba a contemplar detenidamente a Alejandra: el declive de su frente, el quiebre de su nariz, la curva de su cuello, el rigor de sus hombros, el movimiento nervioso y constante de su pierna bajo la mesa, sus dedos arrancando pellejitos alrededor de su uña o raspando las etiquetas húmedas de las botellas. Una vez Alejandra me preguntó, dulcemente y en voz baja, por qué la miraba tanto.
“Perdón”, le respondí, “sólo te estoy leyendo”. Como de costumbre, escupió una carcajada en mi rostro. “No jodás, loco”, dijo después de ahogar su risa con un trago de cerveza, “deberías dedicarte a escribir tarjetas para Hallmark”….

La vida en diminutivo

CECILIA RÍOS comenta sobre La vida en diminutivo.

Recientemente tuve un encuentro extraordinario con un ser vivo ansioso por interactuar, en busca de alguien que lo descifrara, vibrara con él y le hiciera crecer. Se trata de la colección de microrrelatos La vida en diminutivo del escritor nicaragüense Alberto Sánchez Argüello, con quien he tenido la oportunidad de intercambiar impresiones en el marco de la publicación de su libro La vida en diminutivo (2022).En literatura toda obra permite diversas lecturas, tantas como lectores pasen sus ojos por ella e incluso una distinta por cada relectura, ya que nuestra cosmovisión es única y cambiante conforme nos alimentamos de experiencias. Los escritos se completan al ser leídos e interiorizados. Esto se vuelve más válido incluso con la microficción, un género que en palabras de Sánchez “permite condensar las ideas, explorar múltiples tópicos y estilos, a la vez que genera un nivel de vínculo co-creativo con el lector que no tiene comparación con otras formas narrativas”. Nos convertimos en un colaborador activo por la inquietud que provocan sus creaciones.Siempre he admirado los cuentos por ser cápsulas que contienen universos enteros concentrados en tan poco espacio. Ahora veo cómo se pueden sintetizar aún más para ser píldoras efervescentes que impactan de sopetón y que además tienen efectos prolongados. Al usar tan solo lo imprescindible en el relato, los lectores nos convertimos en ese actor clave para que exploten los mensajes, se devele lo que apenas se asoma y el autor nos lleve por recovecos interpretativos al tomar por asalto nuestra psique.Solemos usar el diminutivo con una semántica de afecto, para suavizar el contexto o reducir el impacto de nuestras palabras. El diminutivo en el título de esta colección no tiene nada de eso. Por el contrario, es un recurso para mayor emoción: la brevedad te desasosiega con un contenido que a pesar de rayar en lo fantásticamente absurdo, se saborea plausible con lugares y acciones comunes de  la vida diaria, cuadros de la sociedad que te llevan a una profunda desesperanza para maquinar mundos paralelos y creer en distopías.La colección está amenamente variada. En ella encontramos un desempleado que de repente llega a su hogar guiado por un lazarillo, una familia en apariencia común pero que es más bien de esos vecinos terroríficos, historias con enfoque de género, un moderno viaje al centro de la Tierra con accidentados hallazgos de nuestro podrido mundo en el camino, varios vistazos a un futuro donde todo puede ser peor hasta una mini serie de relatos con una desconcertante meta ficción.Encontramos también alusiones claras a grandes de la literatura como el maestro de la ciencia ficción Julio Verne, el rey del terror Stephen King, así como mundos y personajes que bien podrían ser del ideario de Borges o KafkaAlberto me cuenta que su minificción “es muy intertextual, primero porque es uno de los recursos más efectivos para lograr profundidad con concisión: recurrir a marcos cognitivos comunes con el lector modelo, como son las lecturas comunes; y segundo porque siempre he sido lector y la minificción es perfecta para construir mundos textuales a partir de referencias a otros libros que he disfrutado y que me han marcado”.Los mini relatos de Sánchez han atraído la atención de varias editoriales latinoamericanas que han publicado su obra y ahora tenemos el gusto de contar con un tiraje en casa de la mano de Anamá Ediciones, evidencia de que el género está cobrando auge en nuestro país. Esa popularidad se debe en buena parte a los esfuerzos de difusión de cultores de la narrativa breve, entre ellos Alberto, quienes han organizado eventos culturales como el primer festival regional de minificción que se celebró este año de forma simultánea en toda Centroamérica con actividades diarias durante una semana entre las que destacaron talleres, presentaciones de libros, ponencias y lecturas con micrófono abierto.La próxima vez que visiten una de las librerías de nuestro país, déjense encantar por ese pequeño muñeco vudú* que verán en los anaqueles, les prometo que los alfileres que penetrarán su mente son emisarios con mensajes codificados para que le den rienda suelta al ejercicio creativo como lectores cómplices.

*La portada es  creación de la artista dérmica Daniela Mercado.

PSICOLOGÍA YCHAMANISMOEN EL SIGLO XXISeguido deEnsayos Psicoantropológicos

Auxiliadora Marenco G

Mi encuentro con la ciencia siempre me inspiró el respeto de las cosas profundas. Al igual que la mayoría de mis colegas, vengo de una escuela tradicional apegada a las enseñanzas freudianas y a los esquemas académicos. Pero a su vez, y quizá por lo vivido en los años ochenta y su impacto en todos los nicaragüenses, cuestiono lo conocido y voy tras nuevos paradigmas o corrientes de pensamiento que expliquen el comportamiento humano. Y este libro en particular me llenó de asombros, estremeció mi conciencia y dejó los cristales de mi alma llenos de esa nube que empañan multitud de difíciles alientos. Conocer a Jean Jacques Dubois y la psicoantropología significó entrar en un mundo diferente e inexplorado. Sus enseñanzas y su sola presencia, transmiten esa especie de magia y respeto que inspiran las personas científicas y sabias. Este libro representa la interpretación y el análisis de los infinitos porqués de la historia de los pueblos y de cómo impactan en los eventos del presente, vistos desde una asombrosa comparación entre el poder del chamanismo, –del cual interpretamos mucho y sabemos muy poco– y el accionar de la psicoterapia moderna. El chamanismo, de acuerdo a lo presentado en este libro, además del arte de curar, comprende la integración de la cosmogonía de cada cultura, incluyendo sus costumbres, normas, creencias y conocimientos. 10 El chamán, explica Jean Jacques, es un personaje especial y distinto de su sociedad y, paradójicamente, siendo diferente, se obliga a ser el que más se identifica con la misma. Es la máxima autoridad moral, espiritual y de salud de un pueblo. El reencarna las fuerzas ancestrales de su grupo como su máximo representante y domina lo invisible y lo secreto, desde las muertes hasta los nacimientos. Su manejo es sistémico. Es decir, que los síntomas de una enfermedad o desgracia individual, son causados por el grupo y, todo lo que en él suceda está interconectado. La enfermedad, cual válvula de escape, permite que el sistema se conserve, auto-regule o sobreviva. El chamán “negocia” con espíritus malos y buenos, o ambivalentes, que transforman y buscan que el “enfermo” o “desviado” recuperen el orden, la conciencia de la raza y la identidad.

Cartografía de espacios en fuga Managua 1968-1975

La ciudad muerta y la nueva ciudad

La madrugada del 23 de diciembre de 1972, aquella Managua es drásticamente reconfigurada por un terremoto de magnitud siete en escala de Richter. El centro de la ciudad sufre serias afectaciones y se declara estado de sitio. El general Anastasio Somoza Debayle (presidente/dictador de la nación en aquella época) disuelve los aparatos del Estado, crea una junta de reconstrucción y se nombra director. Hay miles de muertos bajo los escombros de la ciudad, desesperación, hambre, y el dictador aprovecha la situación para desviar fondos de la ayuda internacional. El centro de la ciudad es cercado por orden del General. Muchos pobladores emigran hacia otras ciudades cercanas y Managua queda herida para siempre. En los discursos de memorias, el terremoto resulta un punto fundamental porque se convierte en el momento donde se transforman tanto la red física como la red simbólica de la ciudad. En todos los archivos de memorias de Managua, el recuerdo del terremoto emerge como un factor que rompe con el imaginario de ciudad construido hasta esa época y, sin embargo, produce otra idea de ciudad. En este caso, tomo la novela Ritcher 7 de Pedro Joaquín Chamorro para rastrear esa reconfiguración urbana y, además, el nuevo imaginario que ella construye sobre la ciudad. En dicho texto el autor teje varias historias que son hiladas por el relato de una pareja que devienen alter egos del propio Chamorro y de Rosario Murillo, que durante algunos años fue su secretaria en el diario La Prensa. Ambos transitan por la ciudad en un viaje en moto y así van andando sobre la geografía y los discursos. En el primer capítulo el narrador omnisciente dice:

Una inmensa nube de polvo se levantó sobre la última noche de la ciudad. Gentes y animales corrieron en todas direcciones, llamándose los unos a los otros y buscándose confundidos, perdido totalmente el sentido de la orientación y vacíos los ojos por el espanto que alejaba las lágrimas y no daba tiempo a la realización del dolor. Miles de personas salieron a las calles como atendiendo a una audiencia del dolor. Se alinearon cienes de objetos en medio de tejas, pilares y maderas caídos sobre las aceras. Se notaron perfiles diferentes en las casas, cuya fisonomía alterada iba dando a toda la ciudad una conformación variante, parecida a los paisajes reflejados en las aguas agitadas. Después siguieron más sacudidas y retumbos. Se levantaron nuevas nubes de polvo, en tanto que todos seguían perdidos y aplastados por una especie de sosiego incomprensible. Fueron apareciendo los muertos y con ellos, el dolor desgarrador, el llanto reprimido, el calor de los abrazos regados con lágrimas verdaderas, los fuegos de todo color y los estallidos esporádicos del combustible, proporcionando una dimensión más terrible al escenario del gran sismo (1976, p. 10).

 Lo primero que aflora en este fragmento de la novela es la última noche de la ciudad como metáfora de la muerte de Managua. La primera línea nos da cuenta de la muerte física de la ciudad y vaticina su reconfiguración simbólica, además, esta línea abre paso a la descripción del caos vivido aquella noche. La ciudad se encuentra frente a una situación límite que produce un tejido de sentimientos que emanan de los sujetos que contemplan y vivencian su muerte. No solo en la ficción de Chamorro aparece esta idea. Roberto Sánchez dice en el libro citado: “cuando la tremenda sacudida apenas pasada la media noche del 23 de diciembre de 1972, también se sacudió mi identidad, el vínculo íntimo de tantos años con Managua. Fue como verme en un espejo y no reconocerme” (2008, p. 26). Esta muerte física y la reconfiguración simbólica de la ciudad es la que detona y propicia la sobreproducción de memorias urbanas. El sujeto que recuerda construye una visión nostálgica de la ciudad porque también se ha destruido el vínculo afectivo con la materialidad urbana. A partir de entonces se crea el imaginario de las dos ciudades. Chamorro narra:

…la moto volvió a correr por calles antiguas ahora abandonadas. Pasó frente a la Catedral en cuyos relojes aún estaba clavada la hora del gran sismo; rozó la acera del hotel de la gran batalla, aquel donde las tanquetas gubernamentales estrenaron sus pequeños cañones contra la multitud. Anduvo por la zona de los viejos mercados, en otra época llenos de miles y miles de gentes y ahora convertidos en un enorme patio; rodó sobre el recuerdo de los lugares de bailar, de besarse y amarse, y de los grandes establecimientos donde se compraban regalos. Después bajaron otra vez cerca del lago, por los barrios cuyos habitantes persistían en quedarse allí, debajo de aleros medio caídos, dentro de tapias hechas de escombros, o en mínimas casas de madera machimbrada. Ya cuando oscurecía salieron de la ciudad sin vida, para ir a la otra, a la de grandes pistas adoquinadas llamadas “Baipases”, a la de centros comerciales idénticos a los de Gainville, Florida, o a los de Hialeah, nuestra ciudad hermana sin que sepamos por qué, ni se haya explicado dónde queda exactamente. Allí se integraron al vértigo de la velocidad y entraron en las encuestas donde se apuntan los pocos motociclistas que diariamente salvan la vida en esa madeja de carreteras y edificios de hierro, chatos, fuertes, asísmicos y con nombres en inglés. Corrieron entre luces, frenazos, estridencias, rayas amarillas y semáforos, viendo grupos de muchachos y muchachas en los cruces vendiendo los periódicos de la tarde y esperando irse del trabajo a sus casas o volver desde la universidad “al raid”. La vieja ciudad quedó atrás. (1976, p. 24).

EL GIGANTE NUNCA HA ESTADO DORMIDO

Estas son mis memorias sobre los conflictos étnicos y la guerra en la costa Caribe en los ochenta, pero tiene elementos autobiográficos porque también me interesa que este sea un testimonio de alguien que vivió la revolución sandinista y la guerra en la Costa en los años ochenta. Aquí hablo no sólo de las contradicciones étnicas, sino que hago énfasis en los errores y abusos porque quiero explicar las causas de la guerra y por qué el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) no logró establecer una base social sólida en la Costa en esos años.

No hay duda de que se hicieron, o se intentaron hacer, muchos proyectos, y yo no tengo dudas de que el gobierno sandinista quería elevar el nivel de vida de la población costeña. Yo no voy a hablar de eso, esta información se puede encontrar en los libros que se hicieron para defender la revolución. Voy a hablar de por qué la gente se levantó.

En estas memorias hago una distinción entre conflicto y guerra. Como la Costa es diversa, y hay injusticias y desigualdad entre los grupos étnicos, la posibilidad de conflictos está siempre presente. Pero estos conflictos se pueden resolver de manera pacífica. La resolución violenta de los conflictos en los ochenta no era necesaria, y era incompatible con una revolución popular en la Costa.

Hablando de la Costa, en este libro voy a usar el nombre de costa Caribe porque ese es el nombre que más se usa ahora. El uso cotidiano del término costa Caribe viene de las reformas constitucionales de 2014, en las que a la Costa se le llamó costa Caribe. En 2016, cuando se hicieron las reformas a la ley de autonomía, ya se le llamaba costa Caribe.

Antes de las reformas constitucionales de 2014, se le llamaba costa Atlántica. Incluso en la ley de autonomía aprobada en 1985, se le llamó costa Atlántica.

Yo recuerdo que en los años ochenta ya había un debate sobre si se debería llamar costa Caribe o costa Atlántica. Recuerdo bien a Roberto Fernández Retamar en Bluefields, en uno de los Mayo Ya en los que participó, argumentando que Nicaragua daba al Caribe no al Atlántico, y que la cultura de Bluefields era caribeña. Entiendo que de esos debates culturales es que nace la idea de designar a la costa como Caribe.

Técnicamente, la costa está en el mar Caribe. El biólogo y ambientalista nicaragüense Jaime Incer Barquero, en su Geografía Básica Ilustrada de Nicaragua, que publicó en 2008, la llamó la Región del Caribe. En 2009 la Academia de Historia y Geografía de Nicaragua publicó un libro en el que Jorge Eduardo Arellano recopiló ensayos, cuentos y poesía de la Costa con el título de La Costa Caribe Nicaragüense desde sus orígenes hasta el siglo XXI.

Culturalmente también: un buen porcentaje de la población costeña tiene bastante en común con Jamaica, Gran Caimán y otras islas del Caribe.

Pero el Caribe es un mar del océano Atlántico. Entonces, entiendo yo que se le puede llamar de las dos maneras. En la Costa hay gente que prefiere costa Caribe y otros que prefieren costa Atlántica. Yo estoy usando costa Caribe por las razones mencionadas anteriormente.

Finalmente, para refrescar la memoria he leído los escritos de Edmund T. Gordon, Charles R. Hale, Jorge Jenkins y Gregorio Smutko. Además, a través de los años he conversado con Hazel Law, Gonzalo Gradiz, Rubén López, Francisco López Urbina (Chico López), Noel Acosta, Adolfo Chávez, Roberto Moreno (Tito Moreno), Rodolfo García (Pichín), Gustavo Castro Jo, Wilfredo Machado, Eddy Alemán, Douglas Carcache, Galio Gurdián y Mathew Brack. Ellos me contaron algunas cosas que yo no sabía y que decidí integrar a estas memorias porque contribuyen a entender lo que pasó.

Sin embargo, la mayor parte de lo que cuento aquí viene de lo que yo recuerdo de los sucesos en los que participé u observé. Estas son mis interpretaciones de los mismos, y creo que está de más decir que otros vieron estos sucesos desde otras perspectivas.   

Y para concluir esta introducción quiero agradecer a las personas que hicieron posible la publicación de este libro:  Roberto Moreno García, que me ayudó a cotejar algunos datos y trabajó en mejorar la calidad de las fotos; a Dariel Loáisiga Castro y Kathy Yih, que leyeron el manuscrito y ofrecieron sugerencias para mejorarlo; y a Salvadora Navas por su diligente e incansable trabajo como editora.

LUIS BÁEZ

HISTORIA NACIONAL DE LO ABYECTO

Agua fuerte de posguerra

Este cuento pueden encontrarlo en la más reciente publicación de Luis Báez «Historia nacional de los abyecto»

Apareció en la casucha de láminas y cartones como siempre: acuclillado y tembleque, chorreando lluvia negrísima de montaña. Anselmo, se llamaba.
Afuera, el sol multiplicaba su ardor sobre la piel de la gente que circulaba más allá de las paredes de zinc que resplandecían entre la brisa corrosiva del Xolotlán.
Carlos pensaba que nadie, ni sus más íntimos demonios, podrían reconocerlo en medio de tanta inmundicia. A veces, cuando el hambre apretaba y el calor arreciaba, ni siquiera él mismo atinaba a reconocerse.
Sin embargo, ahí estaba Anselmo, trémulo y absorto, como de costumbre.
Carlos tomó la mitad de un cigarrillo que llevaba en la oreja y lo prensó entre sus labios. Después exhaló la primera bocanada junto a unas pocas palabras.
“Ya sé lo que me venís a decir: que te mataron. Y que yo di la orden…”
Desde que terminó la guerra, Anselmo acostumbraba aparecer, permanecía en silencio y luego desaparecía. Esta vez, sin embargo, articuló palabras.
“No. No, no. Nada de eso, compita. Nada de eso”. “…y yo te voy a decir que creímos que te habías volteado”, sonrió Carlos, “pero eso ya no importa, porque vos y yo sabemos cómo fue la cosa. Y ya nada de lo que
hicimos lo podemos deshacer”. “¿La guerra decís?”
“La guerra. No. Eso no lo hicimos porque quisimos. Ya ves que fueron los otros los que salieron ganando…”
“¿Los muertos?”
“Sí. Y yo mandé a hacer el hoyo donde te enterramos, no sé si supiste… fue a la carrera. Seguro que ni te alcanzó todo el cuerpo… lo tuyo sí fue una cagada”.
“La primera noche un animal me mascó el brazo.
Después de arrancarme toda la carne de la muñeca, se me llevó una mano. Pero solo fueron las manos lo que me quedaron de fuera, compita. No se ahueve. La cara sí me quedó bien plantada en la tierra. Una tierra
negra, buenísima para la siembra…”
Carlos aplastó la colilla con la planta del pie y la chispa chirrió brevemente sobre el piso de tierra húmeda.
“Bueno”, dijo Carlos, “ya voy a poder dormir. Vos sabés, porque tu muerte fue semilla en tierra fértil y etcétera. Como decían los comandantes…”, murmuró Carlos con solemnidad.
“¡Dirección nacional, ordene!”, exclamó Anselmo mientras asumía porte marcial y se llevaba el muñón a la frente.
“¡La runga, compa…!”
“¡Son chochadas! aquí hasta los comandantes son puetas”.
“¡…esa es nuestra poesía, compita. La runga!”
Los dos rompieron en carcajadas.
El sol resplandecía con furia fuera de las paredes de zinc y cartones viejos, abrasando una ciudad obstinada en crecer entre un gusanero de muertos.
La casucha reverberaba junto a la costa del lago donde los sueños y sacrificios de todos nuestros muertos se sedimentan con la mierda de los vivos.

dE Mariantonia Bermúdez A ERNESTO CARDENAL

 14 feb. 2019

NOTA A ERNESTO CARDENAL

AL PERDERTE YO A TI

Querido Ernesto Cardenal:

Pienso en el momento en que tu energía se transforme y te vayás a vivir a la espiral perfecta de la galaxia de Andrómeda, convertido en estrella, un poquito más cerca de Dios. Entonces me pongo triste porque creo que  de verdad sí te habré perdido, te habrás llevado una parte de mi juventud que suspiró con tus epigramas para Claudia, que sufrió con la Oración para Marilyn y que leyó con fervor tu Hora 0, esperando que todo llegara a su fin.

 Es extraño el afecto que los lectores desarrollamos por los libros que leemos porque de alguna manera nos sentimos próximos al autor, creemos que lo conocemos, nos es familiar y hablamos de él o ella como si fuera amigo nuestro.

“Son los poemas del despecho”, me dijiste un día que viniste a visitar la Casa de Cultura de Jinotega con Julio Valle-Castillo. Yo te pregunté si Claudia existió, como la Lesbia de Horacio y alrededor tuyo se formó un corro de muchachas que querían escuchar la historia de amor imposible más famosa de Nicaragua:

“… Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,

(escritos para conquistarte a ti) despiertan

en otras parejas enamoradas que los lean

los besos que en ti no despertó el poeta.”

 Abro tu Vuelos de Victoria publicado por la editorial Universitaria y leo el Viaje muy jodido que le escribiste a Laureano Mairena. Ayer una muchacha del taller de creación literaria nos dijo que pensando en vos, le daba mucha tristeza que todo se esté repitiendo otra vez en esta Nicaragua adolorida del 2019 y yo recuerdo tu verso, dedicado a Laureano Mairena “nos vale verga la muerte”. 

Ahora que sé que entre el tiempo y espacio llegarás a ser una estrella donde te juntarás con Donald, con Laureano, con Gabriel, con Antonio, con Ernesto, con Fernando, ya no estoy triste. Tus versos llenos de amor y despecho para Claudia me acompañan hoy 14 de febrero. Vos estás en cada una de las palabras que has escrito, en el Homenaje a los Indios Americanos, en el llanto amargo de Las del Cuá, en el pálpito del corazón del guerrillero. Mientras te leamos, Padre Cardenal, te tendremos junto a nosotros, entre el tiempo y el espacio infinito del cosmos: junto a Venus, aparecerás como un lucero nixtayolero.

Te quiere y te leerá siempre,                                                                                 Mariantonia Bermúdez

Nupcias con las estrellas en la noche sideral: el poema cosmológico-místico más reciente de Ernesto Cardenal

Todos los que estamos cerca del gran poeta nicaragüense nos hemos sentimos consternados con su reciente quebranto de salud, pero celebramos que ese duro trance le trajera sin embargo al poeta el saldo generoso de su reconciliación final con la Iglesia y, por más, la alegría de su salud recuperada. Ya en plena mejoría, Cardenal me volvió a escribir, y cuál no sería mi sorpresa al ver que ponía en mis manos su poema más reciente, «Estamos en el firmamento». Ernesto ha vuelto a la poesía. Y su nuevo poema cosmológico viene a formar un conjunto vibrante con los poemas teológico-místicos que lo preceden inmediatamente, pues en todos ellos el poeta reflexiona sobre el inconcebible universo de la mano de la astrofísica y de la cuántica, como ya le es usual. Contamos hasta el presente con varios poemas de largo aliento en verso libre como «El origen de las especies», «Así en la tierra como en el cielo», «Hijos de las estrellas» y ahora, con el novel «Estamos en el firmamento». Como forman un conjunto cosmológico armónico, desde ahora le propongo al poeta que piense en reunirlos en libro aparte.

Me había ocupado de algunos de estos poemas siderales en mis estudios previos sobre el poeta en mis tempranos estudios incluidos en El sol a medianoche (1996/2017) y en El cántico cósmico de Ernesto Cardenal  (2012). Reflexioné también sobre estos poemas recientes, que Ernesto me había enviado aun inéditos, en una edición que al presente está en prensa en el Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española con un breve estudio introductorio[1]. En un correo electrónico desde Managua Cardenal me glosaba, con aliento confesional, el sentido que le daba a sus recientes versos cósmicos. Refiriéndose a «Hijos de las estrellas» decía que «ha sido un esfuerzo por darle sentido al universo. Y un sentido a la muerte […] Es mi último escrito y creo que no tendría más que hacer porque sería repetirme» (corrreo del 14 de noviembre de 2018). Por fortuna, no fue «su último escrito», pues Cardenal, Premio Reina Sofía de Poesía en 2012, optó por continuar su ciclo cosmológico, para alegría de las letras hispanoamericanas.

En el poema que presentamos hoy, en verso libre y muy extenso, como los poemas que lo preceden, el poeta nicaragüense lleva más al cabo su reflexión en torno al misterio del universo inacabable. Como dejé dicho, se trata de un motivo temático que ya venía tratando en sus libros anteriores, cósmicos como los de Whitman y a veces tan osados como los de Pound: vale recordar el Cántico cósmico, el Telescopio en la noche oscura, los Versos del pluriverso y Este mundo y otro.  Cardenal, como otrora Boecio y fray Luis de León, sigue desviando su mirada de este mundo lleno de decepciones hacia el firmamento estrellado. Y, una vez más, su meditación cosmológica va dirigida a los enigmas últimos del universo, que tiene la osadía de explorar con las herramientas novedosísimas de la ciencia moderna: ya sabemos que, al hacerlo, baraja al unísono la cuántica y la astrofísica de Einstein, Niels Bohr y Stephen Hawking con la teoría de la evolución de Darwin, resignificada por Teilhard de Chardin, con el Tao, con el Génesis, con el Cristo resucitado de los Evangelios. El poeta entiende que es imperativo para las disciplinas de la teología y de la mística renovar su vocabulario técnico a la luz de la nueva ciencia, y se compromete de tal manera con dicha renovación literaria que no duda en convertirse en un “místico cósmico”. Nuestro escritor propone, ni más ni menos, que podemos considerar la astrofísica y la cuántica como ancillae theologiae. Estamos, no cabe duda, ante una osada renovación de las disciplinas de la teología, de la mística, de la ciencia y de la poesía, que el poeta obliga a danzar al unísono.

El vate nicaragüense tiene plena conciencia de lo que implica su vibrante exprimento literario-teológico. Preguntado sobre si era un innovador en poesía, afirma: «Sí, creo que soy el único poeta o al menos el único que yo conozco, que está haciendo poesía sobre la ciencia, poesía científica…»[2]. Cardenal, siempre iconoclasta y amigo de romper paradigmas, añade sin ambages: «Paul Davies ha dicho: La ciencia es un camino hacia Dios más seguro que la religión. Yo así lo creo, porque las religiones dividen a los pueblos y la ciencia no»[3]. Cabe concluir que Cardenal,  poeta de las estrellas, opone a la De consolatione Philosophiae de Boecio una sorprendente De consolatione Astrophysicae. Hablo literalmente: la nueva ciencia lo ha consolado hondamente, pues le ha permitido comprender el universo y la unión mística con Dios desde una nueva óptica armonizante.

El nuevo poema se encuentra hermanado, como dejé dicho, con la poética cósmica anterior de Cardenal, pero conlleva algunas novedades artísticas importantes. Aquí da un paso significativo en la concepción de su renovadora mística intergaláctica, pues apuesta a la unión –a la comunión o eucaristía última– del ser humano con las estrellas. El poeta propone nada menos que las nupcias con las estrellas. Hablo literalmente. Y lo mejor es que Cardenal sabe bien cómo sustentar el aparente sinsentido de estas bodas cósmicas. Al hacerlo, como veremos, se convierte en un poeta de suprema reconciliación.

Cardenal plantea su inesperada propuesta cosmológico-mística ya en la primera estrofa del nuevo poema, y lo reitera en la última: estamos en el firmamento para unirnos con todo el universo creado, representado en el semillero de luceros de la bóveda celeste:

Estamos en el firmamento

entre billones y billones de galaxias

y billones y billones de estrellas

un planeta para la unión con nosotros (p. 1)[4]

La idea de este tumulto estrellado en el que el ser humano está sumido y al que desea unirse se reitera lo largo del poema que nos ocupa, y guarda relación de parentesco con el arranque de sus poemas cosmológicos anteriores, en el que el emisor de los versos da fe de su desvalimiento avasallado ante la grandeza del cosmos. Imposible de medir, de comprender y aun de asumir: este «cielo absurdo arriba de nosotros» (p. 2) se le antoja tan extraño como «este mundo extremedamente improbable» (p. 3) que desafía la razón. Cardenal entrevera sus preguntas metafísicas con el delicioso prosaísmo que le es usual: «Cuando el universo era del tamaño de una aceituna…/ Del tamaño de una graprefruit…/ Entre el infinito grande y el infinito pequeño / nosotros» (p. 4). El poeta dramatiza una y otra vez la dimensión atemorizante de los espacios intergalácticos: «Si el sol fuera del tamaño de una aspirina / la estrella más próxima sería a 100 kilómetros» (p. 9).

            El arranque del poema culmina con la afirmación de la unión final del conjunto de la creación cósmica, siempre bajo la premisa que se trata de unas inimaginables nupcias con las estrellas. El poeta, como adelanté, refrasea la estrofa inicial para culminarla: desde nuestro pequeño planeta nos habremos de unir con los luceros de la bóveda celeste: «Billones y billones de estrellas / y entre billones y billones en el firmamento: / un planeta para unirse con nosotros» (p. 10).

¿Nupcias con las estrellas en la noche sideral? ¿Qué clase de proposición metafísica es ésta, si ya Lucrecio nos advirtió desde antiguo que la carne –es decir, la materia– es separadora, y que muchos místicos de antaño parecerían proponer una  dicotomía irreconciliable entre cuerpo y alma? Salta a la vista que el poeta da un nuevo sesgo a su pensamiento científico-místico. En la Vida en el amor se había asombrado de estar físicamente constituido por la misma materia prima de las estrellas, que nos hermana cosmológicamente. Elementos como el calcio y el fósforo no sólo constituyen nuestro cuerpo, sino los cuerpos planetarios y los espacios interestelares: «Así que estamos hechos de estrella, o mejor dicho todo el cosmos está hecho de nuestra propia carne» (Cardenal 1970/1996:183). Cardenal se había refugiado más de una vez en esta noción consoladora de la hermandad química del universo, pues la había vuelto a esgrimir en un ensayo de  madurez, de sobretonos poéticos, titulado Somos polvo de estrellas. En el poema que nos ocupa tampoco duda en volver a registrar su asombro ante nuestra constitución fisiológica compartida, afirmando que «Nuestra sangre viene de supernovas» (p. 6). Pero ahora no sólo se trata de estar hermanados fisiológicamente con los elementos constitutivos de los cuerpos celestes: es que el emisor de los versos aspira –ya lo adelanté–a unirse a ellos: «Materia que aspira hacia el espíritu / todo hacia donde converge todo / la unidad de todas las cosas» (p. 5).

La astrofísica, como hace años viene sugiriendo el poeta, nos ayuda a comprender que estamos intrínsecamente unidos, e incluso nos persuade de que los lindes entre la materia y el espíritu son sólo aparentes. A esta nueva luz, el misterio de la unión mística resulta científicamente plausible. En otras palabras, lo que Cardenal ha aprendido de la mano de Einstein y la cuántica acerca de la intercambiabilidad de la materia y de la energía y la unidad esencial de lo creado, hace que enigmas como el éxtasis de san Pablo resulten más fáciles de asumir. El Apóstol no supo distinguir el cuerpo del alma cuando experimentó el rapto místico que lo elevó a un simbólico «tercer cielo»: » Si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios los sabe» (Corintios 12: 2-4). Era tal la armonización de la materia con el plano espiritual que el cuerpo y el alma, en un estado supremo de reconciliación, resultaban indistinguibles. Cuerpo es alma y todo es boda: también Jorge Guillén lo dejó insinuado con belleza singular. Ante la nueva ciencia, propone Cardenal, ya nos nos extrañamos tanto ante este milagro unitivo.

Como se sabe, Teilhard de Chardin[5], de quien Cardenal se hace eco, había propuesto que la materia está “santificada”, y considera que el espíritu no es independiente de la materia, ni está en oposición a ella—como tradicionalmente postula el cristianismo—sino que se encuentra “emergiendo de ella” (Cardenal 2011: 14). Cardenal celebra el inmenso misterio con versos renovados: «Del vacío salen estrellas y planetas y nosotros» (p. 3); que no somos sino «nacidos de las cenizas de estrellas muertas» (p. 9).

Si todos estamos unidos en una conciencia cósmica que hace poco probable la diferenciación individual, nos es posible aceptar “científicamente”, reitera el poeta, la posibilidad de la experiencia mística. Sin necesidad de recurrir a la antigua noción del panteísmo, podemos pensar con el poeta que el Dios Trascendente no está del todo separado de su mundo creado. Erwin Schrödinger insiste en esta unidad armónica esencial del universo nacido del incomprensible Big Bang desde su óptica científica: no sólo la materia y la energía son intercambiables, sino que la multiplicidad de conciencias es sólo aparente, pues en realidad existe sólo una mente, que es transpersonal, universal, colectiva. Reconforta al místico nicaragüense saber que la ciencia ya no puede distinguir tajantemente entre la materia y la mente, por lo que fenómenos como la telepatía pueden explicarse con más comodidad que antes. “Y esto lo han experimentado los místicos en sus experiencias de unión con Dios, sintiendo que participan de una Sola Mente” añade Cardenal (Cardenal 2011: 57). Este poema que nos ocupa, junto a los textos recientes que lo anticipan, revisten pues una gran importancia para el pensamiento religioso en Hispanoamérica, pues nos ayuda a comprender la unión mística con ojos modernos.

Por eso no es de extrañar que nuestro aturdido contemplador de las partículas infinitesimales y de los astros que tiritan azules a lo lejos haya  encontrado cobijo en la nueva ciencia, que lo ayuda a asumir mejor la experiencia mística infinita que cantó en libros previos como la Vida en el amor, el Telescopio en la noche oscura, en los tomos de su autobiográfica Vida perdida , en sus Versos del pluriverso , en Este mundo y otro, y que ahora renueva en los versos de «Estamos en el firmamento». En el contexto de un universo concebido como un todo indivisible, donde el observador y el observado pueden confluir gozosamente en Uno, la noción de fundirse experiencialmente con el Todo ya no es tan extraña ni tan foránea al pensamiento racional. Así, postula el poeta que «un yo que se volvió nosotros / la multiplicidad de individuos en uno solo / evolución hacia el reino de los cielos» (p. 6).

Como recordará el lector, Cardenal había explorado con insistencia el tema evolutivo de la mano simultánea de Darwin y de Teilhard de Chardin. En el largo poema «El origen de las especies», por poner un solo ejemplo, el pez se convierte en ser humano paulatinamente, como si fuera a cámara lenta, ante los ojos asombrados del lector:

La vida salió a tierra

y empezó a andar

peces resbalosos

apoyados en aletas

como muletas

del límite acuático

al aire ilimitado

al secarse una poza

se sobrevive

andando a otra poza

y las aletas se hicieron patas

(Cardenal 2010: 11).

En su poema más reciente, Cardenal reescribe con pinceladas aureoladas de una ternura conmovedora la misma idea evolutiva de la vida:

Debido a nuestra humilde existencia

Darwin pensó que nació en charquitos

y porqué se produjo aun no sabemos (p. 1).

Pero esa evolución constante, de orígenes enigmáticos y modestos, se encamina sin embargo hacia la auto-conciencia: «A diferencia de los otros animales / el universo consciente de sí mismo / no el saber sino el saber que sabe» (p. 9). El universo, según Freeman Dyson, ya ha incluido en sí mismo las condiciones para poder contener observadores. Las leyes físicas hacen pensar que el cosmos fue diseñado para que en él hubiera seres conscientes capaces de observarlo y de entenderlo. Ya sabemos que, según Bohr, el átomo deja de ser confuso y nebuloso sólo cuando lo observamos: así de inextricablemente unido está el universo que habitamos y del que formamos parte esencial.

Los nuevos versos proponen, de otra parte, que este universo consciente de su propia factura y espiritualizado ab initio está aun en proceso de evolución. Nosotros mismos, que somos a nuestra vez evolución por nuestra constitución molecular y subatómica, podemos contribuir al progreso mismo de la evolución del cosmos. Dios dejó inacabada la creación para que nosotros la completáramos, propone con osadía el poeta: «Estamos aun en los albores de la creación / creación que continúa y debemos terminar» (p. 6).

 No debemos entender que la evolución constante del cosmos que Cardenal plantea en su escritura reciente de la mano de Teilhard de Chardin y otros teólogos modernos como Daniel Liderbach y Dietrich Bonhoffer constituye un fenómeno paralelo al “progreso” de la ciencia del siglo XIX. Estamos ante algo muy distinto: se trata de la evolución de la materia hacia el Espíritu, hacia el amor. “El mandamiento del amor ahora suena muy diferente a nuestros oídos. No es ya la caridad y la fraternidad como antes fueron planteadas, sino algo más imperioso desde el punto de vista evolutivo: ‘Amaos o pereceréis’”, había dejado dicho el poeta en su ensayo Este mundo y otro (Cardenal 2011b: 20). El supremo mandato de Cristo ya no es una sencilla enseñanza piadosa del Nuevo Testamento, sino una verdad que podemos inferir del estudio mismo del microcosmos: “Sin la constante tendencia de las células humanas a unirse en sociedad la Parusía no sería físicamente posible”, insiste (Cardenal 2011b: 19). Sobreviven pues los más aptos en este universo, que ahora son los que aman más, concluye Cardenal de la mano de Chardin con un júbilo espiritual que nos coloca en la antesala del Paraíso, pues vivimos en un universo solidario fundado en la caritas. En el poema que nos ocupa vierte en nuevos odres literarios la misma idea:

            La más consciente de las moléculas

hechos de hidrógeno y helio nada más

surgió no sólo por azar

con una esperanza común hacia el futuro

un yo que se volvió nosotros

la multiplicidad de individuos en uno solo

evolución hacia el reino de los cielos

En vez del Dios del Cielo el de la evolución

a más complejidad y más unión

para que todo sea uno (p. 6).

Se trata pues de una evolución comunitaria. El científico ateo Richard Dawkins había insistido en este dinamismo omnipresente en el cosmos: cada persona es una comunidad de millones de células, y cada célula es a su vez una comunidad de innumerables bacterias, por lo que cada animal o cada planta es una vasta comunidad de comunidades, a manera de una “selva tropical”. Como recuerda Cardenal en Este mundo y otro, esta noción dinámica le resulta a Dawkins “más hermosa que el Jardín del Edén” (Cardenal 2011: 26). La evolución comunitaria, sostiene Cardenal, tiene que ser la obra de un Dios que a su vez sea comunitario y relacional: “el universo es una comunión creada por la comunión divina, y procede de las relaciones de amor mutuo de la Trinidad” (Cardenal 2011: 26). Por eso, proclama ahora que nuestra propia factura personal evidencia ese anhelo –y ese generoso destino– de unión final: «Los brazos hechos para abrazar / los labios para besar» (pp. 9-10).

Cardenal postula que mientras mayor es la evolución de nuestra conciencia, mayor es nuestro instinto de unificación. El espíritu de la evolución es contrario al egoísmo porque nos conmina a pensar de manera colectiva. Esto ha llevado al poeta a considerar lo que se podría llamar una “fase de planetización” (Cardenal 2011: 14). Esta simbólica “globalización” podría entonces culminar, al menos desiderativamente, en el estado supremo de la caritas. Es decir, de una unión verdaderamente fraterna y dictaminada, irónicamente, por las leyes de la propia ciencia evolutiva. Entendida así, la evolución no es sino un proceso progresivo y siempre ascendente de espiritualización. Por eso Cardenal considera, junto a Teilhard de Chardin, que las crisis mundiales han sido tan sólo “dolores de crecimiento” que a la larga habrán de culminar en la eternidad, es decir, en el punto Omega, que es Dios (Cardenal 2011: 15). «Tierra que va a ver a Dios» (p. 1), propone, esperanzado, en su nuevo poema. El cosmos se muerde pues la cola y regresa a su principio. Sólo que este aserto, según Chardin, tiene un posible apoyo racional creíble en las nuevas teorías evolucionistas de Darwin. Cardenal se hace eco de esta idea revolucionaria, y la conjuga, para mayor complejidad, con las recientes lecciones de la astrofísica y la cuántica.

No deja de ser curioso que en sus escritos de madurez Cardenal haya cargado más la mano en la figura de Cristo que en sus libros anteriores. Tanto, que incluso había culminado su ensayo Este mundo y otro con un inesperado aserto pío muy cónsono con la espiritualidad católica: “Cristo es el fundamento de la Cosmología” (Cardenal 2011: 58). Vida en el amor y aún el Cántico cósmico y su secuela el Telescopio en la noche oscura resultaban más deístas a la luz de la espiritualidad más estrictamente mística que celebraban, en diálogo abierto con todas las persuasiones religiosas, desde las bantúes hasta las sufíes. Pero ahora, desde esta novel cristología que tiene aprendida, una vez más, en las páginas de Teilhard de Chardin, el contemplativo nicaragüense evoca las palabras de San Pablo a los colosences, en el sentido de que todas las cosas creadas fueron hechas para Cristo. Este pasaje paulino llevó a Chardin a hablar del “Cristo evolucionador”, como vuelve a recordar el poeta en su ensayo Este mundo y otro (Cardenal 2011: 16-17). Este Cristo, entendido como la plenitud de la evolución, no es sino el cumplimiento último y la culminación de la raza humana evolucionada.

Cristo es pues el primogénito entre muchos hermanos, y su destino convoca al nuestro propio. Al Dios asumir la carne humana, la santificó, por lo que el cuerpo del hombre también es imagen de Dios. Cardenal concluye con Teilhard de Chardin que la materia santificada, que tiende a evolucionar hasta alcanzar la conciencia, ya no divide el cuerpo del alma, sino que los aúna en Cristo, meta y acaso ejemplo paradigmático de la evolución santificante y caritativa. El “Cuerpo de Cristo” no es para Chardin y para Cardenal un simple agregado de seres humanos, “sino una interconexión física y propiamente una relación cósmica” (Cardenal 2011: 52) siempre en proceso de perfeccionarse. Ante esta ventana esperanzada a un posible destino feliz para la humanidad evolucionante, es curioso advertir que Cardenal echa de lado la trágica entropía, sobre la que tanto se había lamentado en sus Versos del pluriverso.

Los científicos contemporáneos devuelven pues una y otra vez al poeta al pensamiento cristiano tradicional. Ese Dios que se sale de sí mismo y se vuelca en la creación implica, necesariamente, una koinonia o comunidad con todas las criaturas. Por eso, Cardenal nos conmina ahora a

Tomar en serio lo de Jesús

que el reino está cerca

Un Dios por venir

encarnado cada vez  más en la evolución (p. 4).

La encarnación –«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» toma un giro novedoso en el poema «Estamos en el firmamento» que vengo comentando: ese Dios que nos espera en el futuro evolutivo
«Es también persona / o sería menos que su creatura» (p. 5). Curiosa manera de defender la importancia de nuestra condición de seres creados, no cabe duda: Dios tiene que saborear nuestra condición ontológica para «completarse» de alguna manera.

La esperanza está pues dada: en el poema «El origen de las especies» Cardenal había celebrado la intuición de que la resurrección de Cristo, por ser parte de un cosmos inextricablemente unido, nos sería dada a todos:

La evolución nos une a todos

vivos y muertos

Lo que Darwin descubrió

(el que venimos de una sola célula)

es que estamos entrelazados

si uno resucita

resucitan todos

Ese mismo Cristo, que en el nuevo poema que nos ocupa vemos ya resucitado, nos alecciona en torno a la intercambiabilidad de la materia y el espíritu. Ya el poeta, por supuesto, ha contextualizado el milagro de la Resurrección dentro de las coordenadas de la nueva ciencia, por lo que nos conmina a releer el milagro fundacional cristiano con nuevos ojos. El cuerpo preternatural del Salvador atraviesa las puertas para darnos su eterno mensaje de paz:

entra sin que se abriera la puerta

Y dice: «La paz sea con ustedes» (p. 10).

Cardenal había insistido antes en este milagro de la resurrección, y había hecho referencia a ese Jesús resucitado de quien  San Marcos dice que se “apareció en otra forma” (Cardenal 2011b: 53) a sus discípulos. Apunto por mi parte que ese cuerpo dotado de nuevas propiedes espiritualizantes y capaz de atravesar la materia sólida evoca el “cuerpo preternatural” luminoso, inmaterial y perfecto al que algunos teólogos—pensemos en el contemplativo flamenco Ruusbroeck—se han referido por extenso. Al momento de morir ese cuerpo de luz alcanza siempre la plenitud de la madurez (hacia la treintena) aun cuando la persona haya muerto en la niñez o en la ancianidad. Hoy en día muchos metafísicos llaman “cuerpo astral” a dicho vehículo lumínico que “resucita” en el momento de la muerte[6]. Ese cuerpo, en efecto, también tiene la posibilidad de atravesar la materia sólida. O aparentemente sólida, según la nueva ciencia.

Cardenal vuelve a ponderar también, siempre desde su nueva óptica científico/teológica, el misterio de la muerte. Asumiendo que somos una unidad inextricable de materia y espíritu, se hace eco de Karl Rahner y del australiano Denis Edwards para entender que la resurrección ocurre en el momento mismo de la muerte. Este poceso de transfiguración conduce a un estado de comunicación más profunda con el cosmos y con los que ya han muerto, incluido Cristo, culminación misma de la evolución del cosmos santificado.

La teoría del poeta no disuena de la de Leonardo Boff (La resurrección de Cristo), para quien la muerte no existe porque el alma no se puede separar del cuerpo: se trata sencillamente del paso de un tipo de corporeidad biológica limitada (lo que llamamos cuerpo) a otro tipo de corporeidad ilimitada y cósmica. Morir es pues resucitar, y la resurrección de Cristo no fue un acontecimiento aislado. Todos resucitamos al morir. Ya lo dejó dicho el poeta: «si uno resucita / resucitan todos».

Por último, este poema reciente nos depara otra curiosa novedad: el poeta ha volatilizado su antiguo amor por las muchachas, cantado con nostalgia punzante a partir de la Vida en el amor. En los versos nuevos ya no se queja de aquellas renuncias que otrora confesaba aun «chorreaban sangre». Sospecho que estamos ante un poema de espiritualización y reconciliación supremas, por lo que ahora amar las estrellas es ya para el poeta amar a aquellas jóvenes cuyos besos aspiraba a volver a recibir en el seno trascendido de Dios. Es como si el emisor de los versos se sintiera al fin parte sustancial de un universo evolvente pero supremamente unificado y a salvo ya de las antiguas ausencias que aquejaban al poeta enamorado.

Este contemplador de los astros ha dado pues un vuelco inusitado a la noche estrellada  y los astros azules de Pablo Neruda y, por más, ha reescrito la nostalgia inconsolable de aquellos otros escrutadores del firmamento como fray Luis de León, Boecio e Ibn Gabirol, para proponernos un cielo que, asumido desde la astrofísica y la cuántica, ha logrado transmutar en el Cielo.

No es poco. Gracias, Ernesto, y que vengan más poemas.

Luce López-Baralt

Universidad de Puerto Rico

[1] Los dos extensos poemas y su breve estudio introductorio están en prensa en el Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española bajo el título de «Los poemas cosmológicos más recientes de Ernesto Cardenal (octubre de 2018).

[2] Luis Rocha Urtecho, Vida iluminada en el amor, Confidencial (confidencial.com.ni/vida-iluminada-en-el-amor/), 10 de noviembre 2018.

[3] Ibid.

[4] Uso la paginación del manuscrito original que me envió Cardenal.

[5] Como se sabe, la teoría evolutiva de Chardin, que cristianiza los postulados de Darwin al plantear un Dios Evolucionador, le ganó al paleontólogo el repudio de su propia Iglesia. Cardenal se lamenta amargamente de la triste suerte teológica del ilustre jesuita que tanto admira: “nos parece increíble que a Teilhard de Chardin se le hubiera prohibido la publicación de todo escrito que tuviera que ver con la teología” (Cardenal 2011: 15).

[6] Cf. Yogananda 2008.