A 40 años de la muerte de Pedro Joaquín Chamorro se presenta esta reedición de Pedro Joaquín ¡Juega!, un breve perfil biográfico (1924-1978) hecho por Edmundo Jarquín, «sobre el telón de fondo de la historia que le tocó vivir, que fue, en efecto, la de la dictadura somocista (1932-1979), y la más amplia de nuestra historia republicana”.
Podés encontrar esta obra en librerías a partir del 10 de enero de 2018.
La vida de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (1924-1978) y la dictadura somocista en Nicaragua (1932-1979) fueron dos paralelas en tiempo y espacio. Pedro Joaquín nació en 1924, una década antes de que se iniciara la dictadura, pareciera que vivió para combatirla y su asesinato precipitó el fin de la misma, en julio de 1979.
Poco de su vida puede explicarse al margen de la dictadura, y si bien la evolución de la misma no se explica a partir de su interacción con Pedro, ni mucho menos, en algunos de sus capítulos importantes –no solamente en su final– la figura de Pedro Joaquín adquirió verdadera relevancia histórica. Sus virtudes y defectos, fuerzas y debilidades, aciertos y errores, pasiones y vehemencias, alegrías y tristezas, su intransigencia y tenacidad, y las amarguras de sus soledades y aislamientos, así como las satisfacciones de los afectos y reconocimientos que recibió, solamente pueden entenderse en ese contexto.
Es frente a la dictadura que se demarcó el periodista, el escritor testimonial, el narrador y el político que intento rescatar de mi memoria, de los textos, y de la memoria de otros, amigos y adversarios de Pedro Joaquín, a quienes entrevisté. Él fue una de las personalidades más polémicas, controversiales, apasionantes, y sin duda, más importantes de la historia de Nicaragua en el siglo XX.
Su asesinato, el 10 de enero de 1978, ha sido considerado como el detonante de un proceso de conmoción social y política, de agudización de la crisis económica, de incremento del aislamiento internacional del gobierno de Anastasio Somoza Debayle y de expansión de la lucha armada del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, que condujo al fin de la dinastía somocista. Pedro Joaquín había llegado a ser un símbolo moral y político de todas las resistencias que la dictadura había generado dentro y fuera de Nicaragua. Por eso su asesinato fue un catalítico de todas ellas. Pero la fuerza de ese detonante no se podría explicar únicamente por la fuerza convocante del símbolo que era Pedro Joaquín.
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A principios de 1978 la dictadura somocista estaba indudablemente, en un ciclo bajo, porque los tuvo altos en términos del apoyo que convocaba. Durante un largo período, pese a la obstinada resistencia de patriotas que siempre la repudiaron, la dictadura se benefició del amplio apoyo social y político derivado del acelerado proceso de modernización y crecimiento económico, aunque muy desigual en términos sociales, que Nicaragua experimentó especialmente entre 1950 y 1972. Pero siempre nepótica, dinástica, corrupta, cruel, presta a recurrir a la más brutal represión cuando lo necesitaba: aunque a veces flexible, marrullera, populista y hasta con giros antioligárquicos, forjando alianzas, engatusando, abriendo espacios, jugando a los acomodos internacionales (especialmente los de la política norteamericana), cediendo temporalmente para recuperar fuerzas y consolidarse después. Hasta caer.
Los nicaragüenses, que hemos sido una de las sociedades latinoamericanas más profunda y radicalmente desgarradas por nuestras pasiones y odios políticos, y por nuestras rivalidades personales, familiares y regionales, que nos han conducido a los mayores excesos de guerras civiles e intervenciones foráneas (siempre, invitadas por, o al menos con la complicidad de nosotros mismos), hemos tendido a ver nuestra historia con el prisma de nuestra radical intolerancia: hay historia liberal, en la que los villanos son los conservadores; historia conservadora, es decir, escrita por los conservadores, en la que todos los males recaen sobre los liberales; historia antisandinista, en la que no cabe el menor asomo de bondad en la lucha del General Sandino y sus seguidores; finalmente, historia escrita desde la óptica del FSLN, en la que todo lo que no era FSLN era malo o inexistente.
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Los nicaragüenses debemos aprender que por culpa de todos Nicaragua ha perdido un siglo, sí, un siglo, en términos de su modernización política y por tanto de la posibilidad de convivir pacífica y democráticamente. Y aquí reside la explicación de nuestro atraso económico y de nuestros lacerantes problemas sociales. Como señala Arturo Cruz Sequeira, “la incapacidad de hacer la transición política a finales del siglo XIX, tal como ocurrió a finales de los años setenta de este siglo, hizo que los logros económicos de los treinta años, como los del régimen de los Somoza, no fueran sostenibles”.
En uno de sus editoriales de los años sesenta, Pedro se interrogaba por las causas de nuestro atraso y reflexionaba de una manera que parece un mensaje para las generaciones que le han sobrevivido:
¿Por qué?… Porque nuestros administradores, autócratas, fueron incapaces por una parte de romper con el pasado, y por otra de administrar bien el presente… Ellos, como nosotros, son hijos del pasado; pero ellos se han quedado mirando hacia la Sodoma que fue el pasado, y por eso abordan el presente sin moverse, sin progresar, convertidos en sal.
Nosotros no debemos mirar hacia atrás. Al contrario, debemos dejar nuestro pasado hundido en la oscuridad y comenzar a comprender, también, porque quienes no hacen eso pertenecen ya al pasado.
Si vemos a la dictadura somocista solamente como una página negra y aislada de nuestra historia, y no como parte de todo un pasado que no debe repetirse, y la juzgamos solamente desde el ángulo de quienes la adversamos y combatimos, no entenderemos bien la historia de ese período, y, para los propósitos de este trabajo –un esbozo biográfico político de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal– los perfiles de su figura personal y política se diluirían entre la apología, la mentira, el error, el sinsentido.
La historia de Nicaragua está llena de héroes y mártires guerreros que se han destacado en el campo de la batalla militar. Ya no necesitamos más. Frente a ese prototipo del héroe nicaragüense, guerrero, Pedro Joaquín emerge como un anti-héroe. Es decir como un héroe civil, cívico, ciudadano. Pedro también empuñó las armas, pero con el objetivo de que nunca más los nicaragüenses tuviésemos que hacer lo mismo.
Necesitamos héroes civiles. Ciudadanos que ejerzan sus derechos y cumplan con sus deberes, que paguen sus impuestos y demanden del gobierno sus responsabilidades; gobernantes modestos y eficientes; funcionarios probos y jueces honestos; militares respetuosos de la ley y protectores de los civiles –sí, un militar puede ser un héroe civil–; requerimos vecinos preocupados por su barrio, por las escuelas y centros de salud de su vecindario; empresarios honrados, que innoven e inviertan; creyentes tolerantes de las confesiones de los otros; precisamos mujeres y hombres solidarios con los desvalidos, con los excluidos y vulnerables, y jóvenes que trasciendan el vértigo egoísta de la satisfacción inmediata. Demandamos que la política sea una vocación de servicio público y una forma superior de la solidaridad social. Sencillamente, necesitamos ciudadanos, esos héroes cotidianos que han escaseado en nuestra historia sangrante y enconada.
En su dimensión pública, política y periodística, Pedro también fue un anti-héroe, en tanto tuvo que confrontar un dilema existencial: por una parte, su vehemente optimismo en el futuro ante el fin de la dictadura que veía acercarse; por otra, la certidumbre de que sería eliminado antes de ver sus sueños realizados, y que su trágica desaparición –siempre la concibió así– lograría la unidad nacional que en vida nunca vio, por los fraccionalismos, personalismos, ambiciones y miseria moral que han dominado nuestra política.
A raíz del establecimiento del Estado de Sitio y la censura en diciembre de 1974, Pedro Joaquín se sintió amenazado de muerte y así lo consignó en la primera página de un diario que empezó a llevar el 13 de febrero de 1975. La lectura de ese diario, que solamente se conociera en 1990, deja una clara impresión de que en los últimos años de su vida recibió varias amenazas creíbles de muerte que no lo hicieron cesar en su demanda vehemente por la libertad –“sin libertad de prensa no hay libertad”– y el respeto a las leyes, ni en su permanente grito de ciudadanía.
He escrito este libro enfatizando ese rasgo de su personalidad, el envés del prototipo de héroe nicaragüense, el anti-héroe, incluso desafiando la expectativa que se pueda tener de un libro sobre él. No ha sido el primero ni el único héroe cívico de nuestra historia, pero su demanda apasionada por una república democrática, su reclamo fervoroso de que el civismo prevaleciera sobre la violencia y el militarismo, aun a costa de su vida, le dieron una proyección histórica singular y ha dejado una huella imborrable.
He querido con estas páginas remozar la memoria de Pedro Joaquín, para traer aquí, con nosotros, su obra y personalidad, y ponerla al alcance de la juventud nicaragüense, que acaso desconoce una vida y una labor apasionada por la libertad y la fundación de Nicaragua como república democrática y moderna. Ojalá este reencuentro con la figura de Pedro Joaquín nos mueva a la reflexión y nos lleve al convencimiento que ni dictaduras como la somocista, o de cualquier otra índole, ni martirologios, como el suyo, deben repetirse.
He escrito este libro desde el afecto y la admiración, pero no se encontrará aquí una apología. He querido recuperar la imagen que conservo del Pedro Joaquín vivo, irremisiblemente vivo, y por tanto imperfecto. A la vez he querido recuperar su tiempo, su contexto, su Nicaragua.
Edmundo Jarquín Calderón